31.5.06
29.5.06
Los bartleby
Me resulta curioso, y hasta divertido, que un libro sobre la renuncia a escribir consiga el efecto contrario en la lectura: cuanto más leo sobre gente que dejó de escribir, más ganas encuentro para no dejar de leer. Por eso, Bartleby y compañía, de Vila-Matas, es un libro sobre una renuncia ficticia. Porque leer es también escribir, y viceversa. Y si Vila-Matas ofrece un buen número de renuncias, no hay que olvidar que esa lista de claudicaciones le ha permitido configurar un buen libro. La no escritura al servicio de la creación literaria. Paradójico, ¿no? O simple y llanamente artificio. En realidad, si suponemos que todo en el arte es ficción, tanto lo que se explica como lo que no, a la literatura le esperan aún varios siglos de gloria. Salvo, claro está, que acaben cumpliéndose las temibles profecías de Aldous Huxley. Esa historia paralela que uno es capaz de fraguarse a partir de la lectura de una novela, adaptando modos y ambientes, es la mejor forma para comprender que lo que un escritor espera no es que consigan entenderle a él, sino que cada uno consiga entenderse a través de la propia experiencia del autor. De ahí que, en último término, el arte sea una de las manifestaciones más solidarias del mundo. Por eso, toda buena literatura es social, y zanjamos por fin la inicua discusión del obligado compromiso del escritor. De hecho, lo que ha escrito Vila-Matas es un intento por no dejar escapar a todos aquellos que han decidido huir de los libros. Como escritores, y también como lectores. Porque si realmente fuera un libro sobre la renuncia a la literatura, Vila-Matas no debería haber escrito jamás Bartleby y compañía. Al escribirla, nos demuestra que la creación deja de ser opcional para convertirse en algo mucho más complejo. Necesaria, entre otras cosas. Si en verdad se tratase de un libro sobre la renuncia a escribir, hubiera dejado bien claro que un bartleby no es sólo aquel que deja de escribir, sino todo aquel que deja también de leer. Y ya de paso me hubiera ahorrado esta divagación sobre el abandono de las palabras.
24.5.06
Dos ciudades
No es la primera vez que lo pienso, pero ha sido este fin de semana cuando, sospecho, he salido de dudas. Estuve en Ponferrada, y tengo la sensación de que estuve también, al mismo tiempo, en Plasencia. Puede que me deje llevar, y lance hipótesis más o menos tocadas por la situación y el momento, aunque me huele que estas confluencias no cambiarán si la circunstancia fuera diferente. Dos ciudades que están entre dos aguas, a medio camino entre dos comunidades: la una, castellana, mirando a Galicia; la otra, extremeña, con eternos matices castellanos. Uno a veces no sabe si entrar en Ponferrada significa entrar por la puerta a Galicia, de la misma forma que cuando uno vuelve de Salamanca a Plasencia no advierte si ha dejado atrás Castilla. Dos ciudades que les pesa no ser capitales de provincia, viviendo (ahora menos) a la sombra de León o de Cáceres. Que están y no están. Que viven solas. Dos ciudades monumentales, si bien su fama se la presta el entorno. A la extremeña, el Valle del Jerte, el del Ambroz o Monfragüe; a la castellana, las Médula, la Ciana o el Valle del Silencio, con el marco incomparable del Bierzo. Dos ciudades cruzadas por Amancio Prada o Pablo Guerrero (admito: no excluyente), en una cultura en desarrollo, grisáceas, aunque atravesadas por el sol estival. Dos ciudades que no saben si suben o bajan, hechas de cuestas y mirando a las montañas, vertebradas por un río, secundario, aunque seguro. Dos ciudades que crecen de manera irregular, vulnerando los límites de lo que una vez fue romano o templario. Dos ciudades que fueron protagonistas de la Historia, y que se conforman con sobrevivir en la piedra o la pizarra, establecidas en la misma franja. Dos ciudades sobre las que pesará siempre su condición de fronterizas. Dos enclaves, ocupando de manera peculiar los caminos que de norte a sur llegan a Santiago. Peregrinas y estables. Nómadas e imperecederas. Duales. Ya digo: siempre entre dos aguas. Dos ciudades que frecuentemente tienen que matizar su emplazamiento, si no se conforman con el nombre de la provincia. Y que, conviene decirlo, han vivido de espaldas a sí mismas. O todo lo contrario. Dos ciudades a las que nunca llegaré a comprender completamente, porque de modo contrario nunca hubiera escrito esto. Estas palabras, por tanto, nunca hubieran existido.
18.5.06
17.5.06
Extra, extra
En el blog de Lu (www.apiedeaula.blogspot.com), que, de paso, recomiendo, descubro una página sumamente interesante para usarla como herramienta en aula. Es un generador de noticias, que convierte a formato periodístico las opiniones que se lancen en un pequeño cuadro de comentarios. La dirección es: http://tools.fodey.com/generators/newspaper/snippet.asp. Parece ameno y resulta bastante sencillo. Ya sólo queda que pueda llevar a mis alumnos a un aula de informática, dondequiera que eso quede.
16.5.06
Cinismo empieza con C.
Amsterdam es sinónimo de civismo. Claro está que podría matizarse, y añadir una buena lista de “peros”, casi siempre inaccesibles a los viajeros ocasionales que hemos ido a parar allí unos días. Dos, en mi caso. No vivo en Holanda, pero podría hacerlo. Desde hace un tiempo, he tenido la suerte de visitar ciudades que me han causado una impresión inmejorable. Sin embargo, creo que en esta capital he vuelto a sentir esa exquisita esquizofrenia del viajero, que tiene un ojo en la visita de la ciudad y otro en el barrio o la casa que elegiría para establecerse una buena temporada. Conozco a amigos que fueron allí por unos meses y acabaron quedándose un par de años. No me extraña, porque Amsterdam es una ciudad integral, es decir, logra conquistarte desde cualquier ángulo que imponga lo que entiendo por desarrollo sostenible. Es una ciudad ágil, dinámica, que ha hecho conectar a sus habitantes con un entorno envidiable, lleno de canales y museos y neones y bicicletas, que parten de igual a igual con otros medios como el tranvía o el coche. Pienso, entonces, en la idea que tiene el señor Clos sobre civismo. Ignoro si ha pasado por allí, y si le ha valido para algo. Imagino que si hubiera caído por la capital holandesa habría visitado el barrio rojo, y si le ha valido para algo. Y si ha observado la forma de vida de sus trabajadores, y le ha valido para algo. Como buen catalán, sabrá que Holanda conforma un pueblo bastante semejante al suyo. Ya lo dijo Cadalso en sus magníficas Cartas marruecas. A lo mejor, puede que Amsterdam ya se le haya quedado algo pequeña. Puede que piense que ya va siendo hora de que Catalunya comience a mirar hacia otra parte. Puede que, incluso, yo me equivoque pensando que las ciudades logran sobrevivir a ciertos alcaldes. En fin, acaso no quede más que ser un buen ciudadano, incívico a ratos, pero buen ciudadano al fin y al cabo.
De provincias
Cercas, que vive y trabaja en Girona, está convencido de que el provincianismo ya no existe. Ya no existen las ciudades de provincias, que, con todo, no resultaban completamente desagradables, porque podían albergar cierto exostismo cinematográfico, vertebrada por esa calle mayor que servía como perfecto escaparate de todas las miserias de una ciudad a medias en todo. Como si siempre estuviera condenada a estar en ninguna parte. Y España es un estado experto en este tipo de ciudades. No es Italia, por ejemplo, donde no existe el abismo tan grande de habitantes entre una ciudad y otra, guardando, al menos a nivel aparente, una cierta homogeneidad simétrica. Pero España no. España es un país lleno de lunares, diría Gómez de la Serna. Y como Cercas vive y trabaja en Girona, otrora ciudad de provincias, entiende su localidad como un barrio de Barcelona. Puede que sea cierto. Al menos si tenemos en cuenta la distancia que las separa, que no llega a la hora de camino. ¿Y Plasencia? ¿De quién sería barrio? ¿De Cáceres? ¿De Salamanca? Hay teorías.
9.5.06
Lista de espera
Me pregunto si al señor Ruiz Gallardón le da por coger su coche y recorrer Madrid, mientras ve cómo el tiempo se evapora, en mitad de un monumental atasco, rodeado de conductores que, como él, ven pasar las horas con una impotencia casi mitológica. Me pregunto si al señor Clos le da por coger el metro, especialmente la línea 5, encontrándose en un vagón que no avanza, mientras sale y busca otro transporte y las horas pasan, sintiendo una impotencia casi mitológica. ¿Acaso el tiempo no tiene la misma importancia para todos?, ¿resulta que un par de horas en nuestras vidas equivale a poco menos de un minuto en la ajetreada vida de nuestros respetables alcaldes? Que ser alcalde no significa caldear el ambiente, buscando esa ciudad perfecta al margen de sus ciudadanos, y que presuman de sus barceloneses o madrileños, no de los habitantes de Madrid o Barcelona. Añadan sus ciudades, y formarán parte de una lenta y fatigosa lista de espera.
4.5.06
Font de Canaletes
Afortunadamente, uno no piensa como Sánchez Dragó, ni estética ni políticamente. Si así hubiera sido, me hubiera quedado sin atravesar el Passeig de Gràcia, sin oír el claxon de los coches y de las motos, me hubiera tapado los oídos y hubiera ignorado los cohetes. En fin, no hubiera llegado a Canaletes, al comienzo de las Ramblas, y no me hubiera vestido con una camiseta que, aun de tela, lleva a mi lado casi 26 años.
3.5.06
Basilio Sánchez, un poema
ESPACIO
Escribo casi a oscuras,
en las habitaciones
pequeñas de la casa, donde difícilmente
podría caber un hombre.
Me obstino en la palabra que se dice al oído,
que empaña los cristales,
que humedece los bordes de la página.
Presiento que un poema
es un ruido que se intuye a lo lejos,
la puerta que se abre al otro lado
de una misma ciudad.
Por eso cada noche,
después de que el cansancio
consigue disuadirme, dejo sobre la mesa
una vela encendida:
la lámpara votiva de una iglesia sin culto,
desprovista de imágenes.
(De Entre una sombra y otra)
Escribo casi a oscuras,
en las habitaciones
pequeñas de la casa, donde difícilmente
podría caber un hombre.
Me obstino en la palabra que se dice al oído,
que empaña los cristales,
que humedece los bordes de la página.
Presiento que un poema
es un ruido que se intuye a lo lejos,
la puerta que se abre al otro lado
de una misma ciudad.
Por eso cada noche,
después de que el cansancio
consigue disuadirme, dejo sobre la mesa
una vela encendida:
la lámpara votiva de una iglesia sin culto,
desprovista de imágenes.
(De Entre una sombra y otra)
El Arte de la novela
Sergio Pitol al comienzo de su novela Domar a la divina garza:
"Donde un viejo novelista, a quien la edad perturba seriamente, muestra su laboratorio y reflexiona sobre los materiales con los que se propone construir una nueva novela."
"Donde un viejo novelista, a quien la edad perturba seriamente, muestra su laboratorio y reflexiona sobre los materiales con los que se propone construir una nueva novela."
¿Serán los mismos para todos?, ¿qué tipos de sentimientos deben conjugarse para crear ese centro de operaciones?, ¿acaso el éxito?, ¿o el fracaso?, ¿o puede que la solución esté en Pascal y optemos por no dejar de movernos por nuestra propia habitación para ser más infelices y un poco más escritores? En fin, la culpa es de Pitol.