Cinismo empieza con C.
Amsterdam es sinónimo de civismo. Claro está que podría matizarse, y añadir una buena lista de “peros”, casi siempre inaccesibles a los viajeros ocasionales que hemos ido a parar allí unos días. Dos, en mi caso. No vivo en Holanda, pero podría hacerlo. Desde hace un tiempo, he tenido la suerte de visitar ciudades que me han causado una impresión inmejorable. Sin embargo, creo que en esta capital he vuelto a sentir esa exquisita esquizofrenia del viajero, que tiene un ojo en la visita de la ciudad y otro en el barrio o la casa que elegiría para establecerse una buena temporada. Conozco a amigos que fueron allí por unos meses y acabaron quedándose un par de años. No me extraña, porque Amsterdam es una ciudad integral, es decir, logra conquistarte desde cualquier ángulo que imponga lo que entiendo por desarrollo sostenible. Es una ciudad ágil, dinámica, que ha hecho conectar a sus habitantes con un entorno envidiable, lleno de canales y museos y neones y bicicletas, que parten de igual a igual con otros medios como el tranvía o el coche. Pienso, entonces, en la idea que tiene el señor Clos sobre civismo. Ignoro si ha pasado por allí, y si le ha valido para algo. Imagino que si hubiera caído por la capital holandesa habría visitado el barrio rojo, y si le ha valido para algo. Y si ha observado la forma de vida de sus trabajadores, y le ha valido para algo. Como buen catalán, sabrá que Holanda conforma un pueblo bastante semejante al suyo. Ya lo dijo Cadalso en sus magníficas Cartas marruecas. A lo mejor, puede que Amsterdam ya se le haya quedado algo pequeña. Puede que piense que ya va siendo hora de que Catalunya comience a mirar hacia otra parte. Puede que, incluso, yo me equivoque pensando que las ciudades logran sobrevivir a ciertos alcaldes. En fin, acaso no quede más que ser un buen ciudadano, incívico a ratos, pero buen ciudadano al fin y al cabo.
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