La carta de
Martín López-Vega en
Clarín, colgada en su blog (hoy eliminada), me dejó poco perplejo. Lo raro, pensé, es que esto haya trascendido y llegado hasta nosotros como si de una justa literaria se tratara. Es una pena, me digo, que la poesía joven siga manteniendo los peores defectos de sus precedentes, toda esta historia de justificarse a través de la negación de lo demás. Parece una dicción, algo que aprendes si quieres formar parte de ese “cogollito” de escritores que aparecen luego en muchos de los saraos literarios de la geografía española. Me temo que es un mal que nos acecha desde cualquier rincón, venga de donde venga, llámese poesía de la experiencia, de la diferencia, o del Cristo resucitado. No obstante, lo que nos ha tocado a nosotros, los de abajo, es intentar abrirnos paso en un campo de minas, sembrado por aquellos escritores que para justificar su poética han intentado consolidar su escuela. Como comentaba hace unos días con un amigo, lo peor de la poesía de la experiencia no es la obra literaria que nos ha legado (discutible, en todo caso), sino sus secuelas. Han creado una especie de poesía clónica, con menos edad pero con apariencia de haber vivido mucho, que se está haciendo con las riendas de lo que entra o no entra en la poesía actual. Podría dar, a bote pronto, un par de líneas con nombres, si bien sería un humilde reconocimiento (hay que decirlo: se crecen, se sienten estupendamente en la crítica). Esta es una de las razones por las que aquellos escritores de cuarenta o cincuenta años a los que acudo con frecuencia prefieran permanecer al margen de las novedades literarias de los “jóvenes”.
Pienso, ahora, en Granada, la cuna, una ciudad que, por otra parte, me quitó de un plumazo todo el lodo salmantino que traía a cuestas. Granada se ha convertido en una ciudad para jóvenes poetas, pero no para poetas a secas. Sin más. Aun así, hay excepciones, como la de Rubén Martín, entre otros. Esos otros poetas jóvenes que habito de tanto en tanto. Por eso, siempre es una estupenda noticia recibir la próxima publicación del libro de
David Vegue y
Eduardo Hernández, en una colección cacereña, el recital de
Óscar Borona en Salamanca, la poesía juglaresca que no se detiene, del catalán
Josep Pedrals, la obra sugerente del extremeño
Julio César Galán o la sorprendente madurez literaria de
Alberto Santamaría. Hablo de los que están, aunque no enumere a otros tantos que merecen ser citados. Lástima de blog aquel que sólo hable sin parar.