Elegía, de Mary Jo Bang
Hace una semana presentábamos en Barcelona el libro Elegía (Bartleby Editores, 2010), de Mary Jo Bang (Waynesville, Missouri, 1946). Su primer libro, por cierto, traducido al castellano. Eduardo Moga, y esto ya es costumbre, hizo un análisis minucioso, inteligente, de los poemas de la autora norteamericana. Hay otras reseñas que le hacen justicia, como la de José Ángel Cilleruelo en El ciervo.
El libro parte de la muerte de su hijo. Sorprende que pudiera escribirlo poco tiempo después. Si no me equivoco, sólo le separan dos o tres años. Al leerlo, me vino a la memoria aquella frase de Bécquer: cuando siento, no escribo. Sabemos a lo que se refiere. Por eso, es admirable que un libro así no caiga en la trampa. Quiero decir, a veces ciertos autores emplean el poema como un mero desahogo, como una verborrea interminable cuyo único objetivo es expulsar a los fantasmas. Me parece legítimo, por supuesto, pero la literatura se resiente. Aquí, en cambio, no le pasa factura. Emoción y lenguaje forman una conjunción perfecta. Es un libro extremadamente intenso. Ciertos poemas te dejan abatido. Creo que una de las razones por las que funciona es su distanciamiento, el empleo de esa tercera persona femenina que le sirve a la autora como voz poética. Recuerdo haber leído que esa fue una actitud que tomó el mismo José Antonio Gabriel y Galán cuando comenzó con las operaciones: separse del cuerpo y observarlo casi como un objeto ajeno. Mary Jo habla de alguien parecido a ella, aunque sepamos de la identificación absoluta entre una y otra. El resultado es un libro de lectura necesaria. Especialmente, y esto no es más que una osadía, para aquellos que comienzan a escribir poesía: por ser un ejemplo de equilibrio.
Vendrán más.
El libro parte de la muerte de su hijo. Sorprende que pudiera escribirlo poco tiempo después. Si no me equivoco, sólo le separan dos o tres años. Al leerlo, me vino a la memoria aquella frase de Bécquer: cuando siento, no escribo. Sabemos a lo que se refiere. Por eso, es admirable que un libro así no caiga en la trampa. Quiero decir, a veces ciertos autores emplean el poema como un mero desahogo, como una verborrea interminable cuyo único objetivo es expulsar a los fantasmas. Me parece legítimo, por supuesto, pero la literatura se resiente. Aquí, en cambio, no le pasa factura. Emoción y lenguaje forman una conjunción perfecta. Es un libro extremadamente intenso. Ciertos poemas te dejan abatido. Creo que una de las razones por las que funciona es su distanciamiento, el empleo de esa tercera persona femenina que le sirve a la autora como voz poética. Recuerdo haber leído que esa fue una actitud que tomó el mismo José Antonio Gabriel y Galán cuando comenzó con las operaciones: separse del cuerpo y observarlo casi como un objeto ajeno. Mary Jo habla de alguien parecido a ella, aunque sepamos de la identificación absoluta entre una y otra. El resultado es un libro de lectura necesaria. Especialmente, y esto no es más que una osadía, para aquellos que comienzan a escribir poesía: por ser un ejemplo de equilibrio.
Vendrán más.