El poeta extremeño Julio César Galán me envía su nuevo libro, Tres veces luz, que acaba de editar una editorial barcelonesa. Me lo envía por varias razones. Entre ellas, claro, la amistad que nos unió en las noches del café Anaïs de Granada, donde presenté su primer libro. Desde entonces ambos sabemos que hablamos en términos muy semejantes. Por eso, me ha pedido ahora que le escriba una reseña. De esto hace ya un par de semanas, y aunque leí el libro y no me costara nada escribir sobre él (incluso es mejor que el primero) lo cierto es que aún no me he puesto a ello.
Más datos. Llevo varias semanas con la última novela de Landero, y no consigo acabarla, no porque no lo desee (quiero leer ya el desenlace), sino porque no puedo leer más de cinco páginas por día.
Y más: preparando mi viaje a La Habana, me propuse releer algunos párrafos del libro Y Dios entró en La Habana, de Vázquez Montalbán. Además, compré una antología de poemas de Dulce María Loynaz, y desde hace unos días también un par de novelas de Senel Paz y Pedro Juan Gutiérrez. Ahí siguen.
A la espera sigue también un proyecto radiofónico, un pequeño programa sobre jazz y blues. Sin embargo, continúan en su caja.
Llevo un mes pensando escribir sobre Antonio María Flórez, el poeta, y sobre Kitaj, el pintor. Nada.
Y zanjar de una vez por todas la novela que llevo escribiendo desde hace tres años. Le queda poco. Tan poco, que es imposible medir el tiempo necesario.
Llevo varios días yendo y viniendo, diciéndome que algún día de estos debería volver a visitar la isla. Escribir para salvarla del naufragio. Lo que descubro ahora es que ese naufragio es el que me ha permitido salir a navegar.