En la revista digital La Náusea, dirigida por los incombustibles Marian Raméntol y Cesc Fortuny, se publica una reseña sobre Dimensión de la frontera. La firma Juan Manuel Macías. En ella se recogen algunas de las ideas que aportó Juan Manuel en la presentación del libro en Madrid. ¡Gracias a todos!
Cada vez que recibo un paquete desde Sevilla, desde esa cada vez más extensa Isla de Siltolá, me viene a la mente este título de Basilio Sánchez. Estaremos con un libro en las manos los próximos días. O las próximas semanas. Esta vez los paquetes han venido especialmente cargados. Desde la poesía de Víctor Botas hasta una antología de poetas de la emoción ecuatorianos. Tienen, todos ellos, una pinta excelente. Con todo, hay uno que esperaba desde hace tiempo. Antes, incluso, que se publicara. Me refiero a Un centro fugitivo, la primera antología que publica Álvaro Valverde y que abarca 25 años de poesía, desde 1985 hasta 2010. Costaba entender que un autor como él no contara con un libro así. Un libro que recogiera, en la medida de la posible, buena parte de su producción literaria y que diera cuenta de una de las voces más interesantes y mejor construidas de la poesía española contemporánea. Eso mismo le comenté en una entrevista para la Revista Kafka, del 9 de octubre de 2010. A la pregunta de si no había pensado reunir en una antología una obra suficientemente consolidada como la suya, él respondía esto:
"Sí,
lo pensaba recientemente. Aunque nadie me lo ha pedido ni yo se lo he
propuesto a nadie. No creo que haya interés. Somos demasiados. Podría
darse el caso. Casi sería más partidario de eso, de una antología, que
de reunir ya la poesía completa (hasta ahora). Esto debería de hacerse
más bien tarde, cuando uno ya haya dado prácticamente todo de sí."
Habrá que felicitar, otra vez (y ya van unas cuantas), a Javier Sánchez Menéndez. Y a Jordi Doce, por encargarse con esa profundidad de una obra, la de Álvaro, que vino para quedarse.
Hay libros que uno lee y otros que uno espera leer. En esta
segunda categoría entran, o entraban, los poemas de Laia López Manrique. Digo
entraban, en pretérito, porque acaba de aparecer su primer libro, Deriva. Lo publica, en una estupenda
edición, Prensas Universitarias de Zaragoza. Hemos sido muchos los que la hemos
escuchado recitar, en diferentes formatos y en estados diversos, y siempre ha
logrado cautivar al público (siempre, claro, que entre ese público no hubiera
algún espontáneo o espontánea empeñados en boicotear el recital de turno).
El
libro se abre con una cita de Heráclito que es toda una declaración de
intenciones: “El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo”.
Podríamos añadirle otra cita inicial, aquel “diré el que em fuig” de Gabriel
Ferrater. En realidad, ahí están contenidas dos ideas del libro: la deriva,
cuyo movimiento, vertical, es variable y siempre el mismo, y el empleo de la
poesía para fijar por escrito todo aquello que huye, y de lo que sólo queda una
palabra al margen, un resto. Ese mismo residuo hace que la atmósfera del libro
sea claustrofóbica. Laia López tiene la capacidad de sitiar al lector, de
aislarle, como si estos poemas sólo pudieran ser leídos en una habitación
cerrada. Bien podría aplicarse aquella definición de Álvaro Valverde cuando se
refería al último libro de Rafael Fombellida. Son, como ellos, “poemas a tumba
abierta”. Deriva es un recuento, un ajuste de cuentas en segunda persona, una
reflexión sobre la identidad. Una identidad encerrada y en caída perpetua, en
donde el lenguaje ocupa un lugar esencial. Además, la forma que adoptan los
poemas, en minúsculas y prácticamente sin puntuación, hacen que el lector los
reciba como un discurso interrumpido. Más que versos, aquí las palabras son
auténticos golpes. Igual que las enumeraciones, que se suceden con frecuencia.
Vaya por delante que tanto la enumeración como la ausencia de puntuación me
han parecido siempre dos recursos peligrosos. En muchos casos, lo único que
logran es marear innecesariamente al
lector y convertir el poema en una monótona verborrea. Todo lo contrario que en
Deriva. Es la forma que adoptan porque es la única manera de trasmitirlos. Por
eso Deriva es un libro tan bien escrito. Y por eso sus poemas nos alcanzan con
esa intensidad. Lo demuestra así: “buscaste una casa/ y encontraste/ la
prolongación/ infinita/ de una sombra”, “destruyes/ la memoria/ cada vez que la
narras”, “Sísifo esperando/ el derrumbe/ de la montaña”. O en esta poética:
“forzada a ver/ forzada a distinguir/ forzada a amotinarte/ en la escritura”.
Como
el óvulo que sólo admite dentro de sí al más rápido y certero de sus
pretendientes, la verdad siempre está sola, expulsa de su lado a toda
esa camarilla de embusteros que la rodean ansiosos.
Después de un primer volumen, titulado Perversiones, llega ahora esta segunta entrega, PervertiDos . Catálogo de parafilias ilustradas (Ediciones Traspiés, Granada, 2012). Como en la primera, se trata de un compendio de relatos de temática erótica firmados por un buen puñado de autores actuales y acompañados, algunos de ellos, por ilustraciones. Entre los escritores, varios amigos: Laia López Manrique, Juan Vico, Eduardo Moga, Jesús Esnaola, Agustín Calvo Galán, Iván Humanes o Fernando Clemot. La introducción corre a cargo de Sergi Bellver. Mi colaboración pervertida se titula "Juste avant la nuit"y es, como indica su título, un homenaje a la pelicula homónima del gran Claude Chabrol.
Sáenz de Zaitegui firma hoy, en El Cultural de El Mundo, esta reseña sobre Dimensión de la frontera. No por breve me parece menos significativa. Todo lo contrario. Acierta de lleno al afirmar cosas como esta: "Mallarmé, Alberto Caeiro, Holden Caulfield, son espacios; Salamanca, Central Park o la calle Menorca, poetas".