16.5.12

Deriva, de Laia López Manrique


Hay libros que uno lee y otros que uno espera leer. En esta segunda categoría entran, o entraban, los poemas de Laia López Manrique. Digo entraban, en pretérito, porque acaba de aparecer su primer libro, Deriva. Lo publica, en una estupenda edición, Prensas Universitarias de Zaragoza. Hemos sido muchos los que la hemos escuchado recitar, en diferentes formatos y en estados diversos, y siempre ha logrado cautivar al público (siempre, claro, que entre ese público no hubiera algún espontáneo o espontánea empeñados en boicotear el recital de turno). 
El libro se abre con una cita de Heráclito que es toda una declaración de intenciones: “El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo”. Podríamos añadirle otra cita inicial, aquel “diré el que em fuig” de Gabriel Ferrater. En realidad, ahí están contenidas dos ideas del libro: la deriva, cuyo movimiento, vertical, es variable y siempre el mismo, y el empleo de la poesía para fijar por escrito todo aquello que huye, y de lo que sólo queda una palabra al margen, un resto. Ese mismo residuo hace que la atmósfera del libro sea claustrofóbica. Laia López tiene la capacidad de sitiar al lector, de aislarle, como si estos poemas sólo pudieran ser leídos en una habitación cerrada. Bien podría aplicarse aquella definición de Álvaro Valverde cuando se refería al último libro de Rafael Fombellida. Son, como ellos, “poemas a tumba abierta”. Deriva es un recuento, un ajuste de cuentas en segunda persona, una reflexión sobre la identidad. Una identidad encerrada y en caída perpetua, en donde el lenguaje ocupa un lugar esencial. Además, la forma que adoptan los poemas, en minúsculas y prácticamente sin puntuación, hacen que el lector los reciba como un discurso interrumpido. Más que versos, aquí las palabras son auténticos golpes. Igual que las enumeraciones, que se suceden con frecuencia. Vaya por delante que tanto la enumeración como la ausencia de puntuación me han parecido siempre dos recursos peligrosos. En muchos casos, lo único que logran es  marear innecesariamente al lector y convertir el poema en una monótona verborrea. Todo lo contrario que en Deriva. Es la forma que adoptan porque es la única manera de trasmitirlos. Por eso Deriva es un libro tan bien escrito. Y por eso sus poemas nos alcanzan con esa intensidad. Lo demuestra así: “buscaste una casa/ y encontraste/ la prolongación/ infinita/ de una sombra”, “destruyes/ la memoria/ cada vez que la narras”, “Sísifo esperando/ el derrumbe/ de la montaña”. O en esta poética: “forzada a ver/ forzada a distinguir/ forzada a amotinarte/ en la escritura”.

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