Agradezco, a toro pasado, la
generosidad de los que pudieron acercarse a la presentación de Un lugar para
nadie, el martes pasado en la librería La Central del Raval. Y, por supuesto, a Eduardo Moga, por haber
dado en el clavo en muchos de sus comentarios sobre el libro. Sí, lo dije allí: pedir que te presente un
libro Moga es hacer trampas. Los que le hemos oído en más ocasiones sabemos
cómo se las gasta. Su capacidad para el análisis literario es prodigioso.
Con todo, me gustaría matizar algo que
dije casi al final. Me refiero a la respuesta que di a una buena pregunta
del poeta Rafa Mammos. Habló de la relación entre la voz lírica y el poeta que
la empleaba, su grado de afinidad, la correspondencia entre ambas. Me pareció, y me sigue
pareciendo, una pregunta crucial. Allí comenté que la poesía, como la novela o
el cuento, es ficción. Bien pensado, con calma, diría que sí y no.
Sé, no obstante, por qué lo dije. Tendemos a identificar esas dos voces, la
lírica y la personal, de manera más estrecha si hablamos de poesía que si
pensamos en narrativa, por ejemplo. Como si el poeta siempre fuera el que
aparece en sus versos. Y no, no tiene por qué. La literatura, más que ficción,
es una exageración, una forma de hacer afín o creíble una hipérbole. Una desmesura
comedida. Por eso, la respuesta que debía haber dado sería, más bien, esta: la poesía es
una ficción que trata de contar una verdad.
Aquí me he quedado. De momento.
Foto: Belén González