Hace unos días escribí, en este mismo blog, una
entrada sobre literatura extremeña. O sobre escritores extremeños. O sobre la educación
literaria de un extremeño que ha dejado de vivir en Extremadura. En un párrafo mencioné
a varios autores que considero paradigmáticos en la construcción literaria de
la región, durante la década de los ochenta. El error, que lo hubo, fue citar a
una parte de ellos, obviando un buen número de poetas, dramaturgos, profesores
o novelistas que también participaron en ese proceso y que situaron a Extremadura
en el panorama literario español. No me parece que hiciera justicia al echar
mano de los que más conocía. He intentado enmendar el error estos días, leyendo
algunos manuales o páginas que dan buena cuenta de la actividad poética en Extremadura
durante esos años. Entre esos libros consultados, uno de los que considero fundamentales: el primer volumen de
Literatura en Extremadura,
publicado por la Editora Regional de Extremadura hace un par de años, y cuya
edición corre a cargo de
Miguel Ángel Lama.
Había que situar a Extremadura en la geografía literaria y
los autores de los ochenta supieron hacerlo. Nunca antes había existido una
época de mayor calidad en lo que a literatura extremeña se refiere. ¿Qué
ocurrió o que tuvo que ocurrir para que Extremadura formara parte del panorama literario
nacional? Citaremos varios acontecimientos: la publicación de los primeros
libros de Ángel Campos Pámpano, de Basilio Sánchez, de Álvaro Valverde, de María
José Flores, entre otros; la creación del Aula Poética de la Asociación
Cultural El Brocense, dirigida por Ángel Sánchez Pascual, inaugurada por José
Hierro en el otoño de 1980, en el que intervinieron diferentes autores
extremeños (Javier Pérez Walias, Diego Doncel, Serafín Portillo, Santos Domínguez, Ada Salas,
Alonso Guerrero, etc.), y de donde partió, si no me equivoco, la antología
Jóvenes poetas en el Aula; la implicación institucional, con la creación de la
Editora Regional de Extremadura, los talleres de la UPEX, las publicaciones de
las diputaciones, las becas y ayudas a la edición o a la creación; las primeras
antologías serias (Abierto al aire, de Valverde y Pámpano sería una de las más
significativas), además de labores censales continuas; el foco cultural que
supuso la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, bajo el magisterio de Juan
Manuel Rozas o Ricardo Senabre; el segundo congreso de la Asociación de Escritores
Extremeños, en el año 82; la creación de diferentes revistas, como
Espacio/Espaço escrito. Todo ello creó un panorama rico, desacomplejado, variado
en fondo y forma, plural. Un panorama compuesto por diferentes actitudes,
coincidentes en los principios poéticos pero ejecutados de manera diversa. Sin imposturas.
Ese será el nuevo punto de partida. En los noventa, vendrá una época de
consolidación, donde, como explica Ada Salas, se recogerán los frutos de
aquella eclosión. Ya de normalidad, no de normalización.
Diré algo más, a modo de conclusión. Extremadura viene de
donde viene, conviene no olvidarlo. Por eso es inestimable la labor de estos
autores y por eso no se debería perder ni un ápice de lo conseguido hasta
ahora. Se trata de seguir siendo rigurosos. Volver hacia atrás significaría
regresar al desierto y acabaría demostrando que no hemos aprendido nada. Es
mucho el trabajo que hay detrás. Mucho. Espero que, de aquí a unos años, no nos
venga a la cabeza aquel título de Llamazares y no tengamos que decir que tanta
pasión no ha servido para nada.