Restaños II
El día después de mi restaños, y casualidades aparte, Félix de Azúa escribía:
En cierta ocasión un sabio dijo que si realmente nos hubiera creado un Dios bondadoso habría planeado la vida del humano totalmente del revés. Habríamos nacido muy viejos y deteriorados. Poco a poco, año tras año, habríamos ido rejuveneciendo hasta llegar a la infancia. Y nuestra muerte no sería sino un plácido regreso al mar eterno de las grandes madres donde dormiríamos mecidos en el líquido amniótico durante toda la eternidad. De haber sido así, en lugar de hacerlo en hospitales y manicomios nos despediríamos de este mundo tumbados en una cunita con sonajeros de colores y esa sonrisa de las criaturas, tan inquietante, tan inesperada, tan imprevisible.
Se nota que me lee (el pensamiento, se entiende).
4 comentarios:
Acabando nuestros días en un fundido y estremecedor orgasmo...
Como diría Forges.
Así se deben terminar, o continuar, todas las cosas. Un abrazo forgiano.
Sin duda la mejor forma de despedirse. Muy acertado.
O la mejor forma de entrar, tanto da. Un abrazo. À.
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