Fructuoso Gelabert
Sé que la sala de la filmoteca de Catalunya apenas puede albergar a un centenar de personas. Ciento cincuenta, a lo sumo. Sin embargo, no pude entender cómo en aquella sala no estaban todos los barceloneses del mundo. Al menos, deberían plantarse una vez en su vida frente a las imágenes silenciosas de Gelabert, retratando su ciudad con torpeza, con ingenuidad, pero con una intensidad y una pureza inimitable. Las imágenes de un puerto que comienza el nuevo siglo, o de un Paseo de Gracia atravesado en tranvía, tendrían que ser de visionado obligatorio para cualquier oriundo de la zona. Y no sólo hablo de los que llevan aquí toda su vida, sino de los que tratan de comprender su historia a través del pasado, entre otras cosas.
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