14 notas y una coda
Nota 1
En la
hoja de ruta que da inicio al libro, el autor nos indica que los relatos que
integran Los sempiternos, a excepción del prólogo y del epílogo, son piezas
que el lector puede ordenar a sus anchas. Esto es lo primero que debemos
anotar: no hay una única lectura, pero sí un mismo puzle. Nuestra tarea es
escribir un texto ya escrito.
Nota 2
Por ese
motivo, en un alarde de originalidad, a mí se me ocurre hacer lo mismo: todas
estas notas conforman un mismo puzle para hablar de Ginés y del libro que hoy
presentamos.
Nota 3
El azar
es el motor que mueve Los sempiternos.
Pero no un azar cuyo origen sea la casualidad, sino ese tipo de azares instigados
por nosotros mismos. Nos gusta seguirlos para averiguar hasta dónde nos llevan
o para comprobar qué ocurre al doblar la esquina. Así se mueven estos
personajes sempiternos y por eso nos sentimos tan a gusto a su lado. Están
condenados a avanzar porque no les queda otro remedio.
Nota 4
El azar
es el motor, pero, como bien deberíamos saber, por todo hay que pagar un
precio. Alguien dijo que hay casualidades con las que te mueres de risa, y hay
casualidades con las que simplemente te mueres.
Nota 5
Vila-Matas
comentó en una ocasión que la amistad entre escritores sólo se conserva si no
dan su opinión sobre lo que escribe cada uno. En esto, me parece, he tenido
suerte. Me gusta leer a Ginés y cómo logra algo que me fascina: convertir en
verosímil una ficción, incluir lo fantástico en nuestras vidas (anodinas,
banales) sin que se resienta ni chirríe ninguna pieza, como si estuviéramos
abocados a no entender nada y, sin embargo, admitiéramos que todo,
absolutamente todo es posible.
Nota 6
Ginés es
una persona fantasiosa. Tiene el don de inventar historias. Se recrea en ellas
y te las explica una y mil veces. No hablo de literatura.
Nota 7
Las
historias de Ginés no tienen finales abiertos. Tienen, más bien, finales
disparados. No acaban con una explosión, sino con los rescoldos de algo que ha
estallado unas páginas antes.
Nota 8
Quizás
por eso, este libro y las obras que le preceden se encaminan a explicarnos
sucesos aparentemente triviales que guardan, en su insignificancia, algo
trascendente, crucial. Me refiero a una especie de violencia mística, de comicidad
trágica, como si tras su lectura tuviéramos la sensación de que todo es el
resultado de una broma macabra. Un buen consejo de Billy Wilder: «Si quieres
decirle a la gente la verdad, sé divertido o te matarán».
Nota 9
Ese es el
motivo por el cual los chistes de Ginés no suelen hacer mucha gracia. Nadie,
salvo él, los entiende.
Nota 10
Los
emplazamientos que aparecen son reconocibles: Casa Fuster, Paseo de Gràcia, Portal
del Ángel, Las Ramblas, etc. No obstante, diría que son fruto de una
fantasmagoría. Hay también lo invisible, escribió Gil-Albert. Porque no es una ciudad,
sino su reverso. No lo claro o diáfano, sino lo oscuro que surge de todo
aquello que, en un momento, se tuerce sin previo aviso. Son torceduras que ya
no admiten vuelta atrás.
Nota 11
El 2 de
agosto de 1914, Kafka escribe en sus diarios: «Alemania ha declarado la guerra
a Rusia. Por la tarde, me fui a nadar». Ese es el espíritu kafkiano que heredan
buena parte de los relatos de Ginés Cutillas.
Nota 12
Creo que
Ginés no es una persona vengativa, pero sus personajes sí que lo son. Emprenden
pequeñas venganzas, inocentes en su mayoría. Ajustan cuentas con lo que les
rodea: con la sociedad en la que viven, con sus relaciones sentimentales, con los
trabajos que desempeñan, con el poco tiempo que les deja una vida útil.
Nota 13
La
lógica, llevada al extremo, conduce al absurdo. Hacia eso se encaminan, a
veces, sus personajes.
Nota 14
Recomiendo
efusivamente la lectura del epílogo. Es un ejercicio metaliterario muy
interesante, por la atmósfera que genera: la de un autor que aguarda, en la
soledad de su escritorio, un último relato que cierre el libro, que lo concluya.
Un relato al que titulará “Sexo”. ¿Logrará encontrar esa narración que ponga
punto y final al libro? ¿Conseguirá dar con el personaje que falta? ¿Podrá
Ginés Cutillas vivir sin “sexo” y, aun así, seguir escribiendo?
Coda
Hace un
tiempo, Ginés Cutillas inventó un artefacto. Fue, quizás, lo más provechoso de
una época conflictiva en la vida de Ginés, crisis de edad mediante, y de la que
sus amigos fuimos testigos y acompañantes: plantando un árbol a las dos de la
madrugada, visitando un casino abandonado un domingo por la mañana, visionando
esa joya del cine que tituló «Fransextein o el moderno Pornoteo», etc. Pues
bien, ya digo, de aquella experiencia surgió un artefacto que aún hoy merece la
pena: la Increíble Máquina Aforística. Para quien no la conozca, se trata de
una máquina que genera aforismos después de que el usuario introduzca un nombre
y un adjetivo. (Paréntesis: esos nombres y adjetivos quedan guardados en el
archivo, así que es frecuente encontrarte con combinaciones muy inquietantes). Yo
la he vuelto a usar mientras releía Los
sempiternos. Y el resultado, me parece, no sólo habla de este libro, sino
también de su autor. Para ello, jugué con los títulos de los relatos. Por
ejemplo, introduje “destino” y “caótico”, y lo que surgió fue lo siguiente: «El
destino es absolutamente caótico si no se encuentra en la unidad». Claro que
también apareció lo que sigue: «El destino es caótico, pero su chocho es
cobarde». Lo mismo sucedió al escribir “amor” y “mentiroso”. Por un lado, «El
amor nos libera de lo mentiroso, ¿pero quién nos liberará del amor?»; por otro,
«El amor es mentiroso si no se encuentra en la fabada y en la prima de riesgo».
Y ya por último, con “muerte” y “temporal”: «La muerte es temporal, pero su
biblioteca es eterna». Y justo después: «La muerte es temporal, pero su pene es
armonioso». En fin, ya lo dijo Thomas Mann: a pesar de las precauciones, uno
siempre acaba hablando de sí mismo.
[Texto de presentación de Los sempiternos. La Central del Raval, 12 de marzo de 2015]
[Texto de presentación de Los sempiternos. La Central del Raval, 12 de marzo de 2015]
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