1.3.15

Una ciudad del sur



En toda lectura hay una serie de escalones. Si esa lectura viene de lejos y se ciñe a un único autor, cada peldaño no se reduce simplemente a la recepción de un nuevo libro. O no sólo, al menos. Se trata, en realidad, de un eslabón más para comprender el universo que han construido para nosotros. Que logremos o no sentirnos dentro de él depende de la afinidad, de la cercanía con los temas y con la forma en que nos llegan. Cuando hemos conseguido habitar una obra, no esperamos que ese nuevo libro implique un paso adelante, sino un paso más, dondequiera que nos conduzca.
Si nos detenemos en un libro como este, descubrimos que Más allá, Tánger supone un nuevo peldaño, porque su publicación, digámoslo desde el inicio, ensancha uno de los universos literarios más apasionantes que existen en la poesía española actual. Se equivoca quien vea en ese cambio de escenario un alejamiento de los territorios característicos de la literatura de Álvaro Valverde. Cuanto más lo releo, más me doy cuenta de que se trata de un libro esencial en una trayectoria como la suya. Empleo ese adjetivo y no otro porque en él se resume buena parte de sus obsesiones literarias y se añaden otras formas de decir que lo singularizan. Esencial, en fin, porque en pocos libros se percibe tan claramente esa unión entre el tiempo y el territorio. De la misma manera que Más allá, Tánger cumple una vieja obsesión del autor: la de construir un libro compuesto por un único poema, dividido en cincuenta piezas que forman parte de un mismo puzle. La tarea del autor consiste en reconstruirlo. En realidad, toda obra, literaria o no, aborda siempre un mismo escenario, por muchas formas que adopte, pero hay veces en que esa unión se hace más intensa, más próxima. Aquí esa conexión se materializa hasta el límite.
Los poemas de Más allá, Tánger no sólo nos hablan de una ciudad y de su pasado. Lo que nos proponen, más bien, es la reconstrucción de una memoria que aglutina otras voces, otros ámbitos. Se trata de encajar esas piezas sueltas que se niegan a abandonarnos y que regresan para ser ensambladas. Para saber de nosotros y del presente en el que nos encontramos. Álvaro Valverde se acerca a una ciudad enigmática, envuelta por un aura misteriosa, en donde importa tanto lo dicho como lo callado. Un lugar extraño y familiar al mismo tiempo, al que se accede a partir de una memoria múltiple: la de una mujer que regresa a su ciudad natal, la del personaje poético que representa el propio autor y la de la voz poética que narra ese reencuentro. El espacio que allí se encuentra es, ante todo, un estado de ánimo. Una atmósfera tan bien trabada que nos hace sentir el empuje del levante, y nos envuelve en los diversos tonos cromáticos que va adoptando la ciudad, desde la blancura del minarete hasta las fachadas ocres o los matices cobrizos. Su enorme plasticidad y su manera de poner en marcha cada uno de los sentidos proporcionan al lector la posibilidad de estar dentro, tan dentro que lo sentimos como un lugar propio. Porque el Tánger de Valverde no se lee. Más bien se respira, se palpa, se huele. Una ciudad más sensorial que especulativa, que alberga en una misma cara ida y regreso, porque no se abandonan los lugares de los que nunca hemos salido. Una ciudad que es, en suma, todas las ciudades, por recordar un verso de Mecánica terrestre. Aquí, Tánger es también Lisboa, Cádiz, Nápoles, Valparaíso, Estambul o Venecia. Con todo, esa multiplicidad la hace única, dispar, como sucede con otros territorios poetizados por el autor. En Más allá, Tánger se busca la esencia, esas «fuentes sagradas del origen». Aquello invariable entre el cambio y la metamorfosis. Detalles nimios, insignificantes en apariencia, que dan cuenta de la verdad de un microcosmos o funcionan como un «aleph de aquel vasto universo». Eso que perdura porque no ha desaparecido del todo, permanente a pesar de lo inestable. Ante un esplendor apagado se conservan aún las brasas, el «sonoro silencio».
Recupero uno de los aspectos citados anteriormente. Me refiero a su capacidad para generar una atmósfera. Un ambiente construido a partir de las múltiples voces y escenarios que aparecen: azoteas, umbrales de casas, manchas de humedad en sus fachadas, vasos de té, películas en 16 o en súper 8, hileras de hombres dormitando bajo un toldo, sirenas que anuncian la llegada o la partida de un barco, un padre que, cámara al hombro, camina despacio por el boulevard Pasteur. Anónimos o reconocibles, esa galería de personajes y espacios consiguen generar una atmósfera a medio camino entre la realidad y el sueño, entre lo sucedido y lo imaginado. Por encima, la verosimilitud de la ficción, el realismo misterioso. La poesía de Álvaro Valverde explora lo cotidiano y lo convierte en universal, al estilo de Charles Simic o Patrick Modiano. Las imágenes no nos llegan de frente, sino a través de un reflejo, de un eco. Puede que no haya otra forma de acercarse al pasado si no lo hacemos recuperando esos mínimos destellos que conservamos y que nos asaltan casi de improviso, tiempo después. En Más allá, Tánger esos mismos detalles se convierten en interminables círculos de intriga que modifican la ciudad, la confunden y, a su manera, también la reinventan. Precisamente por eso, por estar sujeto a una duda, el autor nunca podrá abandonar el lugar sobre el que escribe. Tampoco sus lectores. La emoción y la intensidad que recorre un libro como este hacen que consigamos habitar cada uno de los rincones de una ciudad del sur. Cuando finalizamos su lectura, sabemos que Tánger también nos pertenece. 

[Publicado en la revista Clarín, núm. 115, febrero de 2015]

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