13.6.06

Llegué a Czeslaw Milosz a través de Javier Morales (en realidad, no es la primera vez que acierta en sus recomendaciones: buena parte de mis preferencias literarias se han ido fraguando a partir de sus comentarios y, tiempo al tiempo, también de sus narraciones). Me bastaron un par de poemas para hacerme con su antología poética, publicada recientemente en catalán a cargo de Xavier Farré, al que, por cierto, premiaron por la traducción. Lleva el elocuente título de Travessant fronteres. Como aún no hay nada publicado en castellano hice el experimento (no cabe otro sustantivo) de traducirlo yo mismo. Al hacerlo, descubrí no al mejor escritor, sino al poeta que mejor ha leído en clave poética la Historia. Publicar algún poema en Elca no es cuestión de elegir con más o menos acierto, sino en toda una necesidad para que la isla siga flotando.

Nunca de ti, ciudad
Nunca de ti, ciudad, he podido marchar,
La milla era larga pero yo regresaba como una pieza de ajedrez,
Me escapaba por la tierra, que cada vez giraba más rápido,
Pero siempre estaba allí: con libros en la bolsa de lino,
Embelesado en el altiplano marrón, detrás de las torres de San Jaime,
Donde se mueven un tiovivo diminuto y un hombre diminuto en un surco,
Evidentemente sin vida desde hace tiempo.
Sí, es verdad, ninguno comprendió ni la sociedad ni la ciudad,
Los cines Lux y Helios, los rótulos de Halpern y Segal,
El paseo Swietojerska llamado Mickiewicz.
No, ninguno la comprendió. Ninguno salió de allí.
Pero si la vida se consumiera en la sola esperanza
De que algún día no hubiera más que rigor y transparencia,
Entonces, muy a menudo, nos llegaría el desconsuelo.


Secretarios
Soy solamente el servidor de una cosa invisible
Que me es dictada, a mí, y a otros pocos.
Secretarios, no nos conocemos, vamos por la tierra
Sin entender gran cosa. Comenzamos en la mitad de una frase,
Interrumpen otras antes del punto. Sin embargo, nos es indiferente
El resultado final, porque ninguno de nosotros lo leerá.


Portal
Estoy en un portal esculpido en piedra,
Al sol, en la frontera de la luz y la sombra,
tranquilo. Pienso aliviado: esto perdurará
Cuando se extinga el cuerpo frágil y no quede nadie.
Toco el muro granulado. Me sorprende comprobar
Que acepto con facilidad la propia desaparición.
Pero no me tendría que sorprender. ¿Qué tengo que ver contigo, tierra?
¿Qué me importan tus prados, donde bestias mudas
Pastaban antes del diluvio sin levantar cabeza?
¿Qué me importan tus nacimientos inflexibles?
¿Por qué, entonces, esta melancolía benévola?
¿Es porque la ira no sirve para nada?


Origen
A Jan Lebenstein
Seguro que tenemos mucho en común
Todos nosotros, que hemos crecido en ciudades barrocas
Sin preguntar qué rey fundó la iglesia
Por la que pasábamos cada día, qué princesas vivían en el palacio,
De dónde eran, de qué época, qué los hizo famosos.
Preferíamos jugar a la pelota en medio de los ornamentados pórticos,
Correr al lado de los miradores y las escaleras de mármol.
Después nos fueron más placenteros los bancos, en parques sombríos,
Más que los numerosos ángeles de yeso sobre nuestras cabezas.
Sin embargo, de todo ello nos ha quedado algo: la predilección por la línea
curva,
Las espirales de la contradicción, como llamas,
El abigarrado atuendo de las mujeres con vestidos rasgados,
Para añadir brillo a la danza de los esqueletos.

1 comentarios:

Blogger David Vegue ha dicho...

Hace tiempo me hice con una antología de los mejores cuentos policiacos, seleccionados por dos policías de la llanura: Borges y Bioy Casares, y traducida por varios autores. Entre los diferentes -todos geniales- relatos, encontré uno de Chesterton. De él sólo había leído "El hombre que fue jueves", una novela muy entretenida, pero menos que aquella frase suya: "existen dos tipos de personas, las que dividen a las personas en dos tipos y los otros", que hace estragos en cualquier conversación cotidiana. Leí el relato con pasión y artísticamente ensimismado. Al acabar de leerlo recuerdo haber tenido (haber sido inaugurado por) este pensamiento: "joder, no recuerdo una prosa tan buena desde Borges". Acto seguido reparo en una pequeña línea al final de la última página que, con la mitad de cuerpo de letra, rezaba: "traducción de Jorge Luis Borges". No sé si fue Chesterton o Borges el culpable de que hubiese leído un relato maravilloso, y de mi deleite, pero aquella maravilla me quiere hacer pensar que fueron ambos. Al leer estos poemas, te encuentro a ti, sumado por algo hermoso que no pertenece a tu poesía, y no me libro de la emoción de haber podido estar leyendo a dos grandes poetas al mismo tiempo.

2:52 p. m.  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio