Brindis 00
Marta Badia, la presidenta de la asociación cultural Diente de Oro de Granada, me hace llegar la última vitola del Anaïs (digo Anaïs, porque para mí las vitolas siempre llevarán ese nombre, al margen de que luego se llamara de otra manera o se cambiara el lugar de los recitales). Durante varios lunes han mantenido un ciclo de lecturas poéticas, desde el año 2003, si no recuerdo mal. Por allí ha pasado buena parte del panorama literario actual. El día de la lectura se vendía una pequeña plaquette con una muestra de la obra del escritor invitado. Recuerdo mi lectura, en noviembre de 2004. A la vitola la titulé Las esquinas del mar, plagiando un verso de David Vegue. Después de cien lunes, se despiden. Para la ocasión, cierran el ciclo con un último cuadernillo, titulado Brindis 00, prologado por otro amigo, Mariano Maresca, y dedicado al poeta Javier Egea. Al fin y al cabo, uno de los cometidos de la asociación era servir como centro de documentación de la obra del escritor granadino. Entre los poetas invitados: Juan Carlos Friebe, Antonio Jiménez Millán, Alfonso Salazar, Luis García Montero, Iñaqui López de Aberasturi , Javier Benítez, Ángeles Mora, Trinidad Gan o Ernesto Pérez Zúñiga, entre otros. Yo colaboro con este poema:
TESTAMENT
A pesar de sus ojos he salido a la calle
Javier Egea
Ya es hora de admitir la derrota,
porque el tiempo se ha vuelto
mucho más frágil.
Es hora de admitir la añoranza
de ese punto de luz sobre el río
que, alguna vez, bien pudo ser la vida.
No es cuestión de memoria,
sino de fracaso.
La soledad se elabora a base
de ir juntando pequeñas ganancias,
de acumular sin certeza las minúsculas
anécdotas de una ciudad a medianoche.
Por el día, también yo
caminé por extramuros,
y sentí la ausencia como una muestra
impalpable de la densidad del territorio.
Recorrí calles en deuda con el frío,
falsas avenidas en donde el hielo
no era más que una presencia
vaga de la sombra.
Y volví, sin saberlo, al hogar más vacío.
Yo también pensé en reconstruir
las ruinas, y como todos volví
a escribir sobre el agua que tarde o temprano
situaría los límites. Oí las mismas voces, intentando
equipararlas al sonido de mi propia boca.
Por eso, cuesta ahora imaginar
que cada tramo pueda olvidarse.
Se perderá –no me cabe duda –,
como la luz del tabaco se escapa
en cada poso de ceniza.
Ahora lo sé.
Sólo escribí para morir con cierta dignidad.
6 comentarios:
Estupendo poema, Álex. Escribes con la misma elegancia con la que recitas.
Gracias miles, Poinçonneur. En lo del recitado hay diferentes teorías, pero es verdad que no he salido tan mal parado.
Un abrazo.
Me encanta el poema y la manera en como tratas el final, pero creo que uno escribe para intentar no morir mientras vive y mientras muere.
Mucho gusto en leerte, saludos.
Me gusta el equilibrio de tu poesía, Álex. Este poema transita, es espacio urbano, ciudad, territorio vivido por el poeta.
Es un encanto leerte. Un fuerte abrazo.
Muchas gracias,Leganés. Indudablemente, hay cosas que nos sirven de norte. Y emplear la escritura para saber de la vida, siquiera la de uno mismo, es una manera de apegarse a ella.
Un saludo.
Muchísimas gracias, Juan, por tu comentario. Efectivamente, creo que ante todo se persigue una calma tensa o una tensión en reposo. No sé.
Otro abrazo.
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