Carta desde el infierno
Sé que a muchos les encanta encontrarse con titulares de este tipo (viejos versos de desgastadas proclamas) si ese infierno es Catalunya, porque tienen auténtica fijación con este lugar. Últimamente creo que se han encomendado a destruirla a cualquier precio, saltándose a la torera todos los valores constitucionales que parecen defender con tanto ímpetu. Sin embargo, pese a quien pese, esto no es un infierno. Y no lo dice un catalanista convencido de Palafrugell, pongamos por caso, sino un extremeño que, además, se gana la vida dando clases de lengua castellana y literatura en un instituto público de la provincia de Barcelona. No digo que parte de culpa de esta mala prensa la tengan algunas actitudes de ciertos políticos catalanes. No obstante, la sensación es que una metedura de pata aquí no es más que una simple anécdota comparado con la cantidad de imbecilidades que sueltan una parte mucho más amplia de la política nacional. Y de la prensa. Pongo un ejemplo. Una mañana de estas ya pasadas navidades me encontraba en Salamanca escuchando la radio, un programa matutino de tertulia. No era la COPE. Era otra emisora de ámbito nacional. Una mujer ya mayor intervenía en directo para explicar la terrible situación de sus nietos. Según esta buena mujer, sus pobres niños eran bilingües gracias a la labor castellanizante de su familia, que se había esmerado en que esas pobres criaturas no perdieran el idioma de sus abuelos, de sus padres. Además, añadió: “Porque no sé si ustedes saben que, como aquí el castellano está perseguido, no tienen más que una hora (creo que añadió, para mayor despropósito, que era una hora opcional) de castellano en las escuelas”. Pero lo más sorprendente es que los contertulios, lejos de corregir a la señora, se dedicaron a lamentarse de la situación apocalíptica de los catalanes no catalanes, si es que existen. Otro ejemplo: la peligrosa Isabel, la rubia seudointelectual y televisiva del programa de la Campos, lanzaba proclamas en este sentido, para que la gente no residente en Catalunya reaccionara ante continuos atropellos. Si a eso le sumamos la opinión más o menos autorizada de intelectuales catalanes, entre ellos Albert Boadella, de quien a veces tengo la sensación de que está más pendiente de querer pasar a la posteridad más como un mártir que como lo que es, un gran autor y director teatral (sí, también político), la situación se torna bochornosa, obsesiva y terminal. Lo de Mena no es más que la punta del iceberg, una cabeza visible que ha leído el pensamiento de muchos de los que se dedican a lanzar panfletos ultranacionalistas a la calle. En realidad, no ocurre nada si al referirse a una comunidad autónoma se opta por el término país en lugar del de comunidad o territorio. Lo hemos visto con el sucesor de Fraga, que se ha referido a Galicia como un país por el que sudará la camiseta. Y los invitados le aplaudieron sin abuchearle o tirarle sillas a la cabeza. Por eso, suelo pensar con frecuencia, aunque a buena parte de la izquierda “nacional” le cueste asumirlo, qué es eso que les incomoda tanto del tripartito catalán: ¿su catalanismo o más bien su propósito por realizar políticas de izquierdas?. Bien es verdad que, repito, los políticos catalanes a veces no hacen ni una cosa ni la otra, o anteponen la cuestión nacional a otros asuntos sociales que siempre estarán por encima de naciones o nacionalidades. Ninguna nación será libre si sus futuros ciudadanos mueren en el corto trayecto de un estrecho repleto de mareas y de balsas atestadas de gente.
Ah, y qué es eso del problema catalán, aquello que hace referencia a la lengua. ¿Acaso es un problema practicar otra lengua? Yo no puedo venir a Barcelona pensando con prepotencia que ha de existir sólo mi lengua materna, la española, del mismo modo que no puedo pedir a un andaluz que deje de escuchar flamenco y comience a escuchar a Bisbal para sentirse más latino. ¿Desde cuándo la riqueza cultural supone un impedimento? Además, como explica Javier Cercas en un artículo reciente del semanario de EL PAÍS, aquí todo el mundo es bilingüe, salvo algunos castellanoparlantes. Podrían desde la administración catalana hacer un poco mejor las cosas, porque desde la burocracia no se logra penetrar en una realidad política diferente. Sin embargo, cualquier esfuerzo, me temo, sería insuficiente para algunos que lo que esperan es que esto vuelva a ser una grande y única y libre España.
Por eso, pido perdón a Jiménez Losantos, a Rajoy, a Isabel, incluso a Simancas, y a una buena caterva de gente que acaba votando en las urnas puntualmente. Pido perdón por dirigirme a los alumnos (catalanes, latinoamericanos o marroquíes) en castellano. Pido perdón por dar mi clase de lengua castellana en castellano. Pido perdón por ser uno de los profesores que más horas tienen con los alumnos. Pido perdón por no sentirme perseguido, por dirigirme a los que quiero de la mejor forma que sé, en castellano, aunque no ceje en mi empeño por mejorar día a día mi catalán. Pido perdón por no ofrecerles una situación irreal, un infierno. Conmigo mejor que no cuenten.
Ah, y qué es eso del problema catalán, aquello que hace referencia a la lengua. ¿Acaso es un problema practicar otra lengua? Yo no puedo venir a Barcelona pensando con prepotencia que ha de existir sólo mi lengua materna, la española, del mismo modo que no puedo pedir a un andaluz que deje de escuchar flamenco y comience a escuchar a Bisbal para sentirse más latino. ¿Desde cuándo la riqueza cultural supone un impedimento? Además, como explica Javier Cercas en un artículo reciente del semanario de EL PAÍS, aquí todo el mundo es bilingüe, salvo algunos castellanoparlantes. Podrían desde la administración catalana hacer un poco mejor las cosas, porque desde la burocracia no se logra penetrar en una realidad política diferente. Sin embargo, cualquier esfuerzo, me temo, sería insuficiente para algunos que lo que esperan es que esto vuelva a ser una grande y única y libre España.
Por eso, pido perdón a Jiménez Losantos, a Rajoy, a Isabel, incluso a Simancas, y a una buena caterva de gente que acaba votando en las urnas puntualmente. Pido perdón por dirigirme a los alumnos (catalanes, latinoamericanos o marroquíes) en castellano. Pido perdón por dar mi clase de lengua castellana en castellano. Pido perdón por ser uno de los profesores que más horas tienen con los alumnos. Pido perdón por no sentirme perseguido, por dirigirme a los que quiero de la mejor forma que sé, en castellano, aunque no ceje en mi empeño por mejorar día a día mi catalán. Pido perdón por no ofrecerles una situación irreal, un infierno. Conmigo mejor que no cuenten.
6 comentarios:
He conocido tu blog por medio del de Álvaro Valverde. Me parece interesante lo que dices y cómo lo dices. Te deseo éxito en esta suerte de píxeles literarios. No te perderé la pista.
Un saludo, José Manuel
Me sumo a los lectores de tu blog. No sé si es mi ordenador, pero se me cortan las líneas del texto: faltan palabras. Puede ser porque estoy en la oficina...
Me parece indispensable que habitantes de ese infierno muestren su manera de ver las cosas. Como extremeño también alejado de mi tierra te animo a seguir adelante.
Gracias José Manuel por tu comentario. Espero tenerte cerca, comentando y leyendo. Lo mismo para Ramón, al que le emplazo a su lectura no sólo como extremeño, sino sobre todo como lector.
Estimado Álex, a partir de ahora cuento con otra cita mañanera: tu blog. Aprovecho para hacer un pequeño comentario a tu carta desdes el infierno. EStoy de acuerdo con lo que planteas, pero creo que los políticos catalanes han sido un poco imprudentes. Buena parte de los españoles aún no admite que vive en un país plurinacional. Vaya por delante que los nacionalismos, de cualquier signo, me aburren y me parecen empobrecedores, cuando no peligrosos. Mucha suerte. Javier Morales
Sí señor, aquí te tenemos, hecho todo un blogger. Muy bueno tu texto. No será la última vez que me veas por aquí. Unha aperta
Trabajo con Alex en el mismo instituto de Cornellà. El imparte cuatro clases de lengua española y yo cuatro de lengua catalana. Para informar de la situación del idioma hermano en algunas poblaciones como Cornellà diré que, a pesar de impartir la clase en catalán, el alumnado se dirige a mí en castellano. Los estudiantes no tienen ganas y/o suficiente fluidez para hacerlo. Algunos colegas optan por imponerse y consiguen que -¡POR RAZONES PEDAGÓGICAS!- los estudiantes lo practiquen durante una hora; yo nunca he querido obligarlos: sólo consigo que un diez por ciento hable en clase la lengua que se está impartiendo. ¿Imagina alguien qué pasaría si la situación fuese al revés? ¿A alguien le cabe duda que en Cataluña todos somos bilingües, menos algunos catalanes castellanosparlantes duros de oído?
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