19.1.06

Anécdotas, costumbres

No sé cómo acaba forjándose una costumbre, ni cuántas veces debes repetir una acción para que ésta termine por formar parte de una normalidad absoluta. A decir verdad, hasta hace muy poco creía no tener ninguna duda en este sentido. Pensaba que el gusto o la resignación se aliaban por separado con la reiteración, con el deber no siempre gustoso de llevar a término la misma cosa cada día. Sin embargo, ya digo, esta simple teoría se desmontó recientemente. En diciembre y en Salamanca, para ser más exactos. Cuando estudiaba allí, en esta ciudad de la memoria que se afana últimamente en desmemoriarse, solía quedar con David Vegue para tocar la guitarra. En realidad, comenzamos a estudiar guitarra al mismo tiempo, aunque meses más tarde él practicara arpegios y yo me quedara en los acordes más básicos, entre los que por cierto todavía me encuentro. Por eso, sería más justo decir que el instrumento era cosa suya. La voz, por el contrario, casi siempre venía por mi parte. Así pasamos muchas noches, en mi piso de Gran Capitán, cerca de los cines, tocando hasta las tantas en la cocina. Alguna vez, incluso, nos atrevimos a grabarlo. Entre el repertorio, combinábamos creaciones personales con canciones míticas de sus admirados Beatles, hacia los que siente, y con razón, auténtica veneración (un gusto que solía alternar con su pasión por Borges). En una de aquellas ocasiones no nos bastó con la silente histeria que imaginaba en los vecinos. Decidimos ir a un parque cercano, el más hermoso de la ciudad, Alamedilla, justo al lado del estanque. No creo que se cruzaran más de dos personas. Era tarde. Sin embargo, la presión fue casi la misma (tamaña estupidez) que habernos encontrado en medio de un escenario, frente a un bar abarrotado de gente (la imaginación se ha resignado a admitir ciertos límites, como un estadio de fútbol o una plaza de toros). Comenzamos a tocar, primero sobre una base sólida (Beatles, Clapton) y después con alguna de aquellas canciones nuestras, con mala gramática inglesa. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos. Imagino que no más de una hora. La suficiente para conservar la idea de haber sido músicos urbanos por varios minutos.
Aquello fue hace unos años, cuatro si no me equivoco. Este último diciembre, siguiendo un ritual que consiste en visitar Salamanca cuando viajo a Plasencia para quedarme unos días, volví a su casa, según costumbre. Como siempre, después de charlar sobre cuestiones varias, fuimos al salón y comenzó a tocar la guitarra. Al cabo de una media hora, se propuso volver a Alamedilla. No recuerdo bien quién de los dos lanzó el desafío, lo que sí sé es que aquello de tocar en el parque significaba mucho más que una simple propuesta, sujeta a una no muy bien definida vocación. La idea de volver allí me supo a continuar con una tradición, un intento por retomar una costumbre que habíamos pospuesto hace algunos meses. Volver allí no suponía lanzarte en mitad de la noche a un parque y esperar a que dos o tres lo cruzaran. Era más bien una cuestión moral, algo que nos dice que sin ciertas cosas es imposible seguir con vida.
Poco importa que no fuéramos tampoco esa noche. De hecho, no hemos vuelto desde la primera vez. En realidad, me da igual cuántas veces logremos ir a lo largo de nuestra vida, porque la felicidad no consiste en cuantificar las cosas. No es cuestión de sumar y encontrar un número, sino de conocer aquello que haces. Por eso, no tengo ningún pudor en airear que un amigo y yo solemos tocar en un parque de Salamanca. Incluso, cuando me animo, hablo de metros y estaciones, de las Ramblas o del Retiro. De hecho, hay cosas en mi vida que aspiro a verlas como anécdotas, a pesar de que se hayan repetido con mayor frecuencia. En cambio, tocar en un parque, por la noche, se ha convertido ya en una vieja costumbre.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Subir al mirador de san nicolas y echar un cigarro mirando a la alhambra es una vieja costumbre que tengo de siempre, desde que era pequeño, aunque empezé a practicarla hace dos años y haga mas de seis meses que no vivo en granada.
Si a alguien esto le parece improbable, que venga con papel lapiz y me explique que es la realidad.
De pequeño, cuando me señalaban algo con la mano, diciendo "la verdad es esto", yo ya me quedaba mirando el dedo.

12:28 p. m.  

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