Citroën Saxo, CC
Siempre he mantenido una relación de encuentros y desencuentros con el automóvil. Me gusta conducir, pero no demasiado. No me entusiasman los coches, pero me gusta la libertad individual que proporcionan. No depender de horarios ni de tarifas especiales. No obstante, la carretera no significa para mí demasiadas cosas. He preferido las vías del tren, por ejemplo. Las estaciones de ferrocarril antes que los peajes de autopista. Literariamente hablando, he conocido personajes que me han seducido por ser grandes conductores, como Jim Nashe, en La música del azar, de Paul Auster. O Scott Fizgerald en su libro El crucero de la Chatarra Rodante. En todos ellos, como en alguna road movie cinematográfica, los personajes sólo pueden huir en cuatro ruedas, viajes de origen y destino imprecisos, difusos, extraños. Pero también entiendo lo que decía Cortázar: lo mejor que le encuentro a un auto es que no tengo ninguno. Entiendo, igualmente, las quejas de Ian Gibson, donde en su viaje por Granada intentaba evitar el coche en sus itinerarios. Hace poco David Vegue, desde su blog, comentaba que lo peor que había hecho estos últimos años era comprarse un coche. Razones, por cierto, no le faltan.
Con todo, admito que yo le tengo un cariño especial al mío, un Citroën Saxo, que heredé de mi tío Javier Morales. Un coche al que cada vez encuentro más pequeño, porque las calles de la ciudad son agresivas y van aplastándote el coche y dejándole marcas que le restan espacio en la carretera. Un auto que se va comprimiendo, como yo. Por eso, más que hablar de un viaje a Plasencia o a Hervás o a Salamanca, más que hablar de las ciudades y pueblos del sur de Francia que hemos conocido recientemente, prefiero volver a esta isla con el coche. Con este coche. A él le dedicamos este viaje.
Con todo, admito que yo le tengo un cariño especial al mío, un Citroën Saxo, que heredé de mi tío Javier Morales. Un coche al que cada vez encuentro más pequeño, porque las calles de la ciudad son agresivas y van aplastándote el coche y dejándole marcas que le restan espacio en la carretera. Un auto que se va comprimiendo, como yo. Por eso, más que hablar de un viaje a Plasencia o a Hervás o a Salamanca, más que hablar de las ciudades y pueblos del sur de Francia que hemos conocido recientemente, prefiero volver a esta isla con el coche. Con este coche. A él le dedicamos este viaje.
La foto es antigua. Hay dos bollos más en este lateral y el parachoques es casi agua pasada.
16 comentarios:
Comparto tu visión del coche punto por punto, Álex, entre el desapego y el rechazo y una relativa necesidad.
Que no se escandalicen mis amigos ecologistas, pero para mí tiene algo de simbólico que el Saxo, con el que viví tantas cosas, sea ahora parte de tu vida y que tal vez dentro de no mucho lo sea también de la de tu hermano José Manuel. Si aguanta y lo mimamos, quizás le llegue a mi hijo Nicolás. Un beso. Javier
Yo también me siento muy cerca de esos dobles sentimientos hacia los coches. Quizá soy más radical: no me gustan nada. Pero me dan más libertad que algunas leyes. Algunos de los mejores momentos del día los paso ahí: música, soledad, tiempo muerto.
Y una vez llegué a querer a uno.
Un beso, Álex, ¿otra vez a la rueda?
Bien retornato;-)
Yo también me muevo entre dos aguas con esto del coche, a mí me encantaría tener uno casi para mimarlo, sacarlo de paseo en vez en cuando y no hacer que camine demasiado... pero la triste realidad es que el coche, hoy por hoy, es mi tercera casa (la primera es el trabajo y la segunda, mi hogar)... pero es el precio que hay que pagar si vives en los recónditos rincones, tan mal comunicados por transporte colectivo. Y, aún así, encima podemos dar gracias por la fenomenal red de autovías que nos ha traído el cambio de siglo: quizá esto siga siendo lo que era, pero cada vez menos, ¿no?. Un abrazo.
Vaya, cada vez estoy más convencido de que los veraneos de la clase docente son mitológicos o titánicos jejeje. En todo caso, bienvenido de la larga singladura.
A mí no me gustan los coches, y pienso, con el lúcido pero inquietante Agustín García Calvo, que no tienen nada de "libres". Ni los coches ni las autopistas. Preferiría tener un barco, pero si prodigo demasiado este pensamiento corro el peligro de parecerme a J. L. Perales, aunque aquí hay confianza y usted me entiende :-)
En todo caso, frente a la sana teoría, los objetos que se impregnan de nuestras vidas y de la vida de otros tienen todo el derecho a ser queridos, como este Citroën Saxo, digno merecedor de un poema que algún día (estoy seguro) escribirás.
Abrazos. me alegra que estés otra vez en la isla.
Sí, Javier, ese coche poco a poco va siendo una memoria viva. Creo que ya lo hemos compartido por partes iguales, ¿no? Ojalá llegue a Nicolás, aunque para eso aún quede un poco. Con todo, ahí sigue.
Abrazos.
Ese Simca 1200 bien puede ser mi Saxo, Olga. Y comparto también lo que dices, salvo por lo del tiempo muerto, porque lo cierto es que a veces no nos vemos mucho el pelo mi coche y yo.
Y sí, otra vez a la rueda, y nunca mejor dicho. Hace poco tuve que cambiar una, porque explotó. Literalmente.
Raiko, ese es el precio, sí. Aun así, siempre es atractivo tener en él una tercera casa. Aunque lo emplees, como dices, por absoluta necesidad. Esa red de autovías (intermitentes, por cierto) ayudan. A pesar, ya sabes, de que siempre nos quedan las carreteras secundarias, sin duda más emocionantes.
Sí, Juan Manuel,no puedo quejarme por lo de las vacaciones. Trataré de convencerte del porqué de sus dimensiones, jeje.
Lo del poema tendrá que esperar. Sólo le queda un tercer vértice, porque los otros dos ya los cumple: viaje y laberinto. El tercero es la memoria y quién sabe. A lo mejor la ausencia de parachoques sea un vestigio. No dudes en que a tu vuelta a Barcelona te daré un paseo en coche por la ciudad. A lo mejor así...
Y enhorabuena por tu titánica (esa sí) labor en la página de DVD.
Abrazos miles a todos.
También siguiendo un poco el comentario de Javier, es curioso saber cómo un coche, algo que puede ser resultar despreciable si sentimos cierta preferencia por el transporte público o por caminar (intento huir del carnet de coche al menos unos años más, quizá por una cuestión estética), pueda ser un elemento que revele de forma fiel el paso lógico de una generación a otra. Suele ser una generación por detrás de la tuya, a la que intentamos pasar (mejorar) nuestras propias experiencias.
Desde mi experiencia, me alegra que la cadena añada a una persona más: Nicolás. En el caso de que el coche llegue a mis manos, intenataré mantenerlo intacto. Recorré kilómetros por mi cuenta, pero repito, si llega a Nicolás sé que será una garantía a la hora de valorar si estos kilómetros fueron destinados a los lugares y ciudades que, hoy en día, me gustan.
Si el coche no llega tan intacto como esperaba, seguro que habrá otros libros, películas o ciudades que, por lógica, pasen a generaciones posteriores en forma de figuras muy concretas.
Un abrazo.
Es verdad, José Manuel. Al final, hablamos de símbolos, y esos símbolos a veces se materializan en cosas muy concretas. En el fondo, también es verdad, que lo mismo da que tenga forma de coche o de libro. El caso, sí, es poder continuar con la cadena.
Abrazos.
Con coche o sin él -a mí me encantan-, contento de leerte de nuevo.
Feliz rentrée.
Merci. Yo, contento de escribir y mucho más de leeros nuevamente, que en verano...
Abrazos.
Una bici.
Eso si que le conmueve a uno. Bueno, a veces.
Bueno, pero espero que no sea del servicio "bicing", que sí, que conmueven, pero por otras razones...
hay mucho amor en ese coche, como en un juguete olvidado tal vez, ¿no Álex? Su origen, sus bollos que son su intrahistoria, los km recorridos.
O los kilómetros por recorrer. Porque el verdadero uso de un objeto nunca es el que se supone. Jugar por jugar, ya sabes.
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