12.3.07

Liceu

Volver al Liceu fue una experiencia magnífica. El viernes pasado, para más señas. La ópera, Boulevard Solitude, basada en la novela Manon Lescaut, del escritor francés Abate Prévost. Fue todo un lujo, ya digo, ocupar una de las localidades del auditorio y reclinarse sobre el asiento, compartiendo la mirada entre el escenario y la pequeña pantalla donde se subtitulaba la obra. Aunque la butaca estuviera en el quinto piso, el gallinero, y uno tuviera que achinar los ojos para distinguir los gestos de Manon Lescaut. Si bien la trama se aceleraba de manera vertiginosa y no se pudiera encajar todas las piezas, los artistas en el escenario formaban un marco incomparable, un auténtico cuadro de Paul Delvaux, dedicándose a deambular por un mundo que apenas poseían, por frenético y desquiciado. Y todo ello armonizado por una orquesta magnífica, la única banda sonora (dodecafónica) que aceptan los seres humanos que intentan habitar una ciudad y al mismo tiempo no dejar de enamorarse en un lugar clandestino, a mucha distancia de la vida y del escenario, el mismo escenario en donde la gente no puede sobrevivir si el boulevard que ocupan es un agobiante callejón solitario.

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