El placer de la lectura
A un
libro sólo se le hace justicia leyéndolo. Es una obviedad, una verdad tan de
Perogrullo que parece ridículo comenzar con esta frase. Lo que ya no resulta
tan obvio es que alguien, un lector, tenga que hacerle justicia hasta el final.
A veces, alcanzar la última página depende del azar. Casi siempre, del gusto
literario. Y siempre de la maestría o de la habilidad del escritor.
Quería
comenzar así, hablando de la experiencia lectora. Quería comenzar así, digo,
porque es el primer recuerdo que me viene a la cabeza cuando pienso en la
novela La sociedad del duelo. Mi
experiencia lectora fue fiel desde el inicio, desde que llegaron a mí estas
páginas en forma de manuscrito. En una ocasión, a la pueril y pertinente pregunta
de cómo sabe uno que es escritor,
Cristina Peri Rossi respondió: si te acuestas pensando en algo que escribes y
te levantas al día siguiente pensando en lo mismo, en ese momento ya eres
escritor. Lo mismo podría aplicarse a esta novela. La comencé a leer un viernes
y estuve buena parte de la noche leyéndola. Al día siguiente hice lo mismo. Al despertarme
sabía que mi única ocupación durante la mañana era terminarla. De esa forma me
atrapó esta novela y de esta forma supe del interés que podía suscitar a los
lectores.
Sinceramente,
poco más podría añadir. Pero estoy aquí porque Ginés me ha dicho que estuviera
y, mucho me temo, estos dos párrafos le parecerán insuficientes. Anoto, por
eso, un par de apuntes más. Podría hablar de algunos aciertos que podemos
encontrar en su novela. Lo primero que me llama la atención es su capacidad
para manejar, manipular y fantasear la realidad. Unos personajes reales que son
moldeados al antojo de la imaginación y de una pregunta clave que debería
formularse todo escritor: ¿qué hubiera pasado si…? Aquí importa más la vida que
la obra de esos autores, excelentes autores, que pueblan La sociedad del suelo. Un manuscrito encontrado, como las buenas
novelas de caballerías. Es, en ese sentido, un ejercicio metaliterario. Ginés
emplea la literatura para hablar de literatura, de escaramuzas, de celos entre
artistas, de duelos, de borracheras, de epifanías, de poesía. Esas peleas entre
escritores tan típicas en el Barroco o en el siglo XIX y menos frecuentes hoy
día. (Retiro esto último, aquí los tres podríamos hablar un rato sobre el
tema). Consigue generar momentos de una intensidad superlativa. Por ejemplo, en
las escenas de duelos, que a uno le recuerdan a Barry Lyndon de Kubrick o aquel pasaje maravilloso en la que unos
personajes se encuentran en la playa, dispuestos a batirse, en Los detectives salvajes, de Bolaño. Los
personajes se juegan la vida al pertenecer a una sociedad secreta. En realidad,
y siguiendo la metáfora, todo escritor debe jugársela en un momento u otro.
Debe asumir el riesgo si quiere conseguir sus fines, sean cuales sean.
Otro de
los aciertos a los que antes aludía es la estructura de la novela. Ginés
Cutillas sabe manejar los tiempos narrativos. Genera tensión, expectación, nos
mantiene en vilo. No es fácil. Hará que el lector necesite seguir leyendo. Esto
es lo complicado. Y eso es también arriesgar, porque el riesgo en literatura no
consiste sólo en aparentar que inventamos un nuevo lenguaje o una nueva forma.
Nada más tradicional y caduco que intentar ser modernos. Arriesgar, a veces,
supone tener una historia y contarla de la mejor manera posible, como ocurre
aquí.
Hace
poco, y voy finalizando con esto, Andrés Ibáñez escribía un certero artículo en
ABCD sobre el período romántico. Sobre la, digamos, mala prensa o descrédito
que había sufrido sobre todo en España, al menos en comparación con otros
países europeos. No estaba exento el artículo de un cierto reproche al hilo de
esa actitud tan poco perspicaz y torpe. Dice textualmente: “un país que carece
de Romanticismo nunca logrará entrar de verdad en la modernidad ni tampoco la
comprenderá nunca del todo”. Que La
sociedad del duelo hubiera funcionado igual en otra época nadie lo pone en
duda. En Francia, en la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo. En el fondo,
poco importa. Lo que sí parece importante es lo siguiente: una novela como esta
confirma, ante todo, que mientras haya historias, alguien que las cuente y
algunos, unos pocos, a quien contárselas, el futuro de la literatura estará
asegurado por mucho tiempo.
(Texto para la presentación de La sociedad del duelo, en FNAC Triangle, 17-7-13)
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