La ciudad imaginada
Ya desde
el inicio sospechamos que este nuevo libro de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959)
es diferente al resto de libros del autor. No me refiero a su título, Plasencias, sino a las dedicatorias,
destinadas a su madre, a la memoria de su padre y a sus hermanos. Puede parecer
un dato irrelevante, pero los que conocemos su obra desde antiguo sabemos que
esa mención es casi una declaración de intenciones. Álvaro Valverde regresa a
su territorio poético y recrea, con nombres y apellidos, todo aquello no nombrado
en ocasiones anteriores. No hace falta ocultar la ciudad: es Plasencia y sus
alrededores. Es su infancia y las personas que convivieron a su lado. Ahí
situaría yo la importancia de un libro como este, lo que no debería llevarnos a
pensar que Plasencias es una pieza
complementaria. O no sólo, al menos. Es una obra autónoma que puede leerse sin
la obligación de haber llegado a él a través de otras lecturas. Es, digámoslo
desde el principio, un libro necesario en una trayectoria como la suya. De la
misma forma que lo fue la novela Viajes
por el Scriptorium para Paul Auster o
los diarios de Julio Ramón Ribeyro, pongamos por caso.
El
preámbulo, que lleva por título “In
limine”, así como las citas que preceden al libro, hacen referencia a un
mismo aspecto: su propuesta de convertir un espacio concreto en un lugar universal.
Para ello echa mano de algunos autores (William Carlos Williams, John Dewey,
Cavafis, entre otros). Esas palabras prestadas son un apunte de cómo ese
espacio que ocupamos en el mundo traspasa sus límites y se instala en el
interior de quien no ha podido o no ha sabido o no ha querido salir de su
frontera. Una ciudad subjetiva (Le Breton), que te cerca y no te permite traspasar
sus murallas (Platón), un lugar que despierta pasiones contrarias (José Manuel
Arango) o un territorio de ida y vuelta, circular (Hidalgo Bayal).
“Memoria
de Plasencia”, dedicado a otro placentino, José Antonio Gabriel y Galán, es el
primer poema que encontramos. Tampoco es gratuito. Es el único texto no inédito de Plasencias y es, o eso me parece, la
mejor puerta de entrada. En él se condensa buena parte de su universo
literario: memoria, símbolos (las afueras, los muros, las ruinas…), reflexión frente
al paisaje. Una de las pocas veces que Valverde había mencionado abiertamente
la ciudad y un ejemplo de esa correspondencia tan característica en su obra que
trata de unir lo que está fuera con lo que sucede en el interior de quien
observa. Los poemas que aparecen en Plasencias
desarrollan, de una u otra manera, estas ideas iniciales. La actitud que
adopta, por ejemplo. El modo de juzgarse a sí mismo como un prisionero que no
ha sido capaz de escapar, aunque se halle en una prisión abierta y aparentemente
no sitiada (“Quedarte en este encierro es la razón/ que iguala a una condena tu
existencia”, “Ciudad”). Un ser, viajero y estable, que se sabe cautivo en un lugar
que perdió su esplendor e intenta, sin éxito, recuperar parte de su pasado. El poeta
contempla una “ciudad dormida,/ en su “siesta” de siglos” (“De paso”). Los
apellidos ilustres que formaban parte de un jardín son ahora un cúmulo de
piedras. Lo que fue un cementerio judío contrasta, en su abandono, con una
nueva construcción que suple y condena lo que la precede. Es el testimonio de
todo aquello que, sin la intervención de la escritura, caería en el olvido. Citando
a su admirado Gabriel Ferrater, se trata de decir lo que huye (“Hoy es todo
distinto./ Ya no existe el balcón/ ni los sitios que evoco/ donde se iban las
tardes”, “Puerta del Sol”). Las imágenes vuelven al poeta a través de “las
ásperas hojas/ de una higuera tronchada” (“El pabellón del río”). Su memoria,
como la magdalena de Proust, se activa a partir de un hecho casi insignificante.
Un olor, una visión fugaz. Esa misma percepción da pie a unos poemas de tono
elegíaco, comedidos, sobrios. Una emoción contenida, sin estridencias. No
obstante, Plasencias es algo más, también
en la forma. Sabemos que estéticamente son poemas de Álvaro Valverde, pero
descubrimos que en ellos se emplea, como pocas, una libertad creadora desde el
inicio hasta el final del libro, dejando atrás cierto pudor literario. Me
refiero, por ejemplo, a su manera de convocar a otros seres que pueblan el
discurrir del poema. La obra de Valverde se caracterizaba por esos espacios
solitarios. Pocos, o muy pocos, hacían acto de presencia. Aquí, sin embargo, se
recurre al otro, a todos aquellos que le sirven como fe de vida.
Luis
Martín Santos nos recordaba que “un hombre es la imagen de una ciudad”. La
lectura de los poemas de Álvaro Valverde nos suscitan una idea similar. Esas
calles secundarias, esas rúas sin acera, estrechas, parecidas a un zoco o a una
judería, remiten al final a quien transita por ellas. El poeta es un paseante,
alguien que, en silencio, encamina sus pasos a la deriva. Un ser reflexivo que,
como el trazado de la ciudad, se presta a las divagaciones, mientras da “rodeos
al encuentro/ de uno mismo” (“Caminatas”). Los espacios retratados forman parte
de Valverde desde sus primeros años. Es la casa natal. Es el primer hogar de un
poeta recién casado. Lugares, todos ellos, de los que nunca ha salido. Es un
camino que trascurre desde fuera hacia dentro (“Cuando lea mi madre esto que he
escrito/ comprenderá el porqué de mi tristeza”, “Casa natal”). La medida de las
casas, el paisaje que se encuentra, es una prolongación del que los escribe. Lo
exterior es un espejo que refleja un estado mental, una emoción: “La altura de
aquella cristalera/ -la Isla, Santa Bárbara-/ era inversamente proporcional/ a
mi estado de ánimo” (“Avenida de la Vera”). Lugares que tienen la habilidad de
albergar nuevos emplazamientos en su interior. Es, como nos explica en “El
muro”, un “mundo frente al mundo”. Todos los edificios fueron andamios, hombres
silbando (Hulme). La ciudad no se agota. Siempre está llena de caminos por los
que escaparse. Siempre, en fin, existen sendas aún no transitadas (“Subsiste
otra ciudad dentro de ésta”, “Conventos”). Esa “vida al margen”, esa periferia,
el mirar a debida distancia el espacio que ocupamos, le conduce a descubrir
nuevos trazados. Un jardín interior, un claustro o un balcón trasero,
localizaciones escondidas que dan cuenta de lo que ocurre fuera
de sus límites. Son, por emplear un término recurrente en Valverde, microcosmos
que consiguen habitar todos los espacios del mundo. Como escribió en un poema
de Mecánica
terrestre, “Una ciudad es todas las ciudades”. Eso ocurre aquí también.
Plasencia es, a su manera, resumen de otras muchas ciudades.
No hace
mucho, refiriéndome a El centro fugitivo
(La Isla de Siltolá, 2012), el libro que reúne los 25 años de su poesía,
mencionaba que desde aquel lema inicial recogido en su primera obra, ese
“Hagamos de este lugar un territorio”, la poesía de Valverde había ido dejando
atrás el lugar para dar más protagonismo al tiempo. No es solamente el espacio.
Es, más bien, el territorio que a pesar de diversos avatares ha logrado
perpetuarse. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en su poema “La encina
solitaria”. El símbolo de un árbol sobre la colina, rodeada, apenas sostenida,
nos da la medida del tiempo. Su emplazamiento funciona como un faro imperecedero
y eterno. El autor retiene su presencia “con la necesidad de lo que dura”. Ahí
está el verdadero genio del lugar, en su manera de perdurar. Lo mismo sucede
con esas mañanas de agosto, plagadas de lugares, sí, pero sometidas a la
necesidad de lo que, en su sencillez, resiste más allá de los años trascurridos.
¿Qué
grado de correspondencia existe entre un autor y su voz poética, entre su vida,
digamos, personal y la que se muestra en su obra? Es una cuestión central,
porque remite, en último término, a la identidad de quien escribe, a su forma
de relacionarse con lo que le rodea, incluida su escritura. En el caso de
Álvaro Valverde, que suele emplear un tono más o menos confesional, parece que
esa distancia entre uno y otro mundo sea mínima. Sin embargo, la poesía es,
como la narrativa, una ficción, o una ficción que aspira a contar una verdad.
Digo esto porque esos lugares que ha retratado en sus poemas Álvaro Valverde,
también esta Plasencia, forman parte no tanto de una realidad, sino de una
imagen que abandonó su fisonomía original para transformarse en otra cosa. De
una invención, quizás. En el fondo, la Plasencia de Álvaro Valverde, como
Tánger, Oporto o Nápoles, son lugares imaginarios. Lugares leídos, más que
visitados. Territorios que se asemejan a un espejismo, a una ilusión o a un
sueño, por citar los términos que emplea en “Veranos”. Precisamente por eso
resultan auténticos. Su espacio natural se encuentra en un “bosque de
palabras”, tras la lectura de María Zambrano. O en aquellas sesiones de cine
que “daban/ consistencia a los sueños” (“Cine Avenida”). Como nos explica en su
poema “San Martín”, es alguien que “fundó en la lectura,/ digamos no sin
énfasis,/ su proyecto de vida”. El recuerdo de libros y azoteas es algo más que
una imagen que regresa. Es un inestimable punto de referencia, un emblema que
consigue aunar pasado, presente y futuro. Una forma de “aferrar” una
existencia. Ese es el nexo que vincula ambas voces, la personal y la poética.
Una vida común, “y distinta como todas”, que guarda en su simplicidad un
territorio singular, complejo. De nuevo, lo universal es lo particular sin
fronteras. La ciudad deja de ser tangible y se convierte en una presencia
etérea, irreal. Algunos de los poemas que integran Plasencias concluyen así, mencionando un nuevo lugar, sin
desarrollarlo. Quedan flotando en la conciencia del lector (la Canchalera, las dehesas…). Como
Plasencia, donde el tiempo se detuvo y “sus horas hoy marcan/ una edad
suspendida”.
Esa es la
ciudad de Álvaro Valverde. Y esa es, a fin de cuentas, su vida.
[Reseña publicada, en parte, en la revista Clarín, número 105, Mayo-Junio de 2013]
2 comentarios:
Con todo el respeto debido y toda la fuerza necesaria, te digo que ese libro de poemas tuyo sólo es un esbozo de libro, un conjunto de buenas intenciones,una serie de escritos donde el poema no está y el poeta tampoco. Espero que este libro no se ni el mejor ni el primero y último. Desalentador.
¿A qué libro te refieres?
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