Luna de Valencia
Hace tiempo comentaba en esta misma isla que hay cosas que suceden varias veces al día y no son más que una anécdota. Otras, sin embargo, que han ocurrido una sola vez pueden ser, y son, una vieja costumbre. Eso mismo pensé el fin de semana pasado, en Valencia. La ciudad, más allá de las barbaridades lumínicas (las farolas alumbraban tanto que uno se preguntaba si no debía salir con gafas de sol por la noche), resulta interesante. Sus casas del Carmen me recordaban, siquiera vagamente, a las de mi barrio, Gràcia. Incluso, de aquella manera, a Sevilla, ciudad por la que siento una especial predilección. Quizás, lo que más me sedujo fue el inquietante trazado de sus calles, que casi nunca te llevan a donde tú quieres. Es fácil perderse, cosa que agradezco. Eso es lo que pensamos David Vegue y yo buscando el hotel. Ocurre algo parecido en el Albayzín, donde la única guía es la intuición. Aquí, ni la intuición siquiera. En una de esas calles encontramos un carro de la compra. Turnándonos en la conducción llegamos, sin saber cómo, al punto de partida. El carro quedó allí, aparcado, delante del hotel. Desapareció al día siguiente.
Me resultan tan hermosas esas anécdotas que logran burlar la costumbre. Las únicas rutinas, puntuales, que acepto. Todo eso por lo que merece la pena vivir. Por ejemplo, observar desde un carro la luna de Valencia, el único lugar de la ciudad con luz propia.
Me resultan tan hermosas esas anécdotas que logran burlar la costumbre. Las únicas rutinas, puntuales, que acepto. Todo eso por lo que merece la pena vivir. Por ejemplo, observar desde un carro la luna de Valencia, el único lugar de la ciudad con luz propia.
11 comentarios:
Oh. Observar desde un carro la luna de Valencia. Todos los veranos de mi infancia son de allí. El carro desapareció porque era un espíritu, como la chica de la curva o algo así, vuestra intuición materializada, un serpa para calles nocturnas.
Sí.
"serpa de calles nocturnas". Ahí queda eso.
David Vegue dio su visión del asunto en su blog, que tengo también enlazado, por si quieres pasarte por allí.
Abrazos.
Pues vamos a ver...
Ya nos contarás.
Ese carro lunar y valenciano era un capricho necesario en la retórica de las cosas, como el estrambote en los sonetos, o un fragmento de improvisación en una pieza de jazz. Sin él, a esa noche le hubiera faltado un acento, y tú no hubieras escrito este precioso texto. Me ha dejado fenomenológico y sentimental para todo el finde :-)
Abrazo grande.
Mil gracias a ti, Juan Manuel. Creo que es ese mismo acento del que hablas, esa improvisación, ese camino secundario, es el verdadero territorio. Ese lugar donde reutilizamos los objetos y les damos otro uso. A menor utilidad más valioso. Aunque eso tú ya lo sabes, afortunadamente.
Un abrazo enorme para ti.
En la vida, como en nuestras fantasías, nunca controlamos el alcance de nuestras divagaciones, así que el vagar en un coche y perderse por las calles era un componente necesario y repetitivo. Bastaba la insólito para hacer que tu camino adquiriera un sentido más allá que el trayecto. ¿No será que lo has soñado? Tú mismo lo has dicho: el valor de la anécdota.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Siguiendo el ritmo de la conversación. De sueños o no sueños. Creo que a la hora de tratar lo falso como verdadero, si al final es lo verdadero lo que se asienta, da igual que haya aparecido la falso o lo irreal anteriormente. Ya será verdad. Está asentado, pues asentado está.
Da igual que no hubieseis viajado a Valencia si al final todos acabáis hablando de ella. Da igual que existiese un Tales de Mileto o no. Recurrimos a la filosofía dando por sentado que, efectivamente, hubo un Tales de Mileto.
Besos.
Querida Carme:
Qué bueno verte de nuevo, siquiera en este medio. Uno, por soñar, hasta piensa que aquellos dos años compartiendo departamento fueron un relato soñado, al modo de Schnitzler.
En fin... Anécdotas/costumbres.
Un abrazo.
Todo lo que nos rodea tiene, como dices, José Manuel, una capa irreal. Una película ficticia y, a la vez, mucho más verdadera. O mucho más necesaria.
Sí, en el fondo da igual que haya existido o no ese viaje a Valencia. O ese tal Tales de Mileto. Da igual, en definitiva que exista o no una isla de Elca o una memoria de Udnie. Al fin y al cabo, lo que importa es que todo eso tenga una repercusión real en nosotros. Y en eso, ya sabes, no hay duda alguna.
Abrazos.
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