13.9.06

De nacionalismos

Los nacionalismos perjudican siempre a las ciudades. Lo que le pasó a Rubianes es una muestra evidente. Dejando a un lado la dudosa proclama que intenta popularizarse desde la capital, aquella de que si estás en Madrid ya eres de Madrid, lo cierto es que sería un error catalogar a la ciudad como un lugar que ha vuelto a demostrar su incapacidad para respetar la libertad de expresión. Sería un error porque no es cierto. Al contrario, Madrid es una ciudad cosmopolita, que alberga ciudadanos muy diversos y que tiene la suerte de contar con una propuesta cultural sumamente interesante. Es un lugar multiétnico, abierto, variado, un cruce de caminos interminable donde se convive de diferentes maneras y donde se intenta conciliar formas dispares de entender la vida. Y eso al nacionalismo no le interesa. No le conviene hacer de Madrid una capital europea, aunque a pesar suyo ya haya comenzado a serlo. Lo dice alguien que ha pasado momentos inolvidables allí. De hecho, para los que estudiábamos en Salamanca ir a Madrid suponía todo un impulso vital. Nos hacía airearnos de la provincia, y nos descubría un mundo lleno de sensaciones y estímulos, de calles y metros y avenidas y conciertos de jazz y pensiones que recordaban a Tiempo de silencio. Eso le debo y le seguiré debiendo a la ciudad. Pensar que en apenas dos horas y media se podía conquistar el planeta, y sentirte plenamente vivo.
Volviendo al tema, el caso Rubianes ha dejado al descubierto la verdadera cara de su alcalde, un tipo que por momentos nos ha engañado a todos, con un talante ficticio y con una política hipócrita. De paso, también me ha servido para alejarme definitivamente de Boadella, al que le van mucho todas estas historias con tal de que su ego se vea continuamente reforzado. Comparar su caso con el de Rubianes es un insulto a la ciudad de Barcelona (ya digo: los nacionalismos perjudican a las ciudades), porque aquí se representó su obra durante bastante tiempo sin que pasara nada. Y además, en el Teatre Lliure, un teatro que estrena obras en catalán (la suya es en castellano), y cuyo único incidente se redujo a unos cuantos panfletos que no llegaron a ninguna parte. Porque tendrá que reconocer el señor Boadella que a su obra acudieron colegios o institutos de la zona, subvencionados en la mayoría de los casos. Si se quedó sin público, no fue culpa de un supuesto boicot, sino de que su obra distaba de la calidad esperada. De hecho, ya comenté en otra ocasión que su relectura del Quijote dio un fruto mediocre, aburrido. Sólo gracias a Fontseré y compañía se logró salvar algo.
En fin, estoy tan acostumbrado a ver cómo este tipo de individuos intentan salirse con la suya. Pasó en Granada, una ciudad abierta al mundo, con la agresión a Ibarretxe. Pasó en Nueva York con el terrible ataque terrorista. Y seguirá pasando, mucho me temo, si no tomamos cartas en el asunto. Espero que lo de Madrid se quede, al final, en una anécdota. Se merece sobrevivir a esta gentuza. Y espero, dicho sea de paso, que el concepto que se tiene de la ciudad no se vea mermado. A mí, al menos, me ilusiona poder pasear por ella un fin de semana de octubre. De noviembre, como muy tarde.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio