Profundidad de campo
Habitamos
dos tipos de libros: aquellos que nos gustaría haber escrito y aquellos que
desearíamos haber pensado, aunque no sepamos inmediatamente el motivo. Si la
escritura es una consecuencia radical de la lectura, todo escritor es capaz de
intuir cuándo un texto ajeno le empujará a escribir un texto propio. Las
razones que nos empujan a hacerlo cuando encontrarnos libros del primer tipo
suelen ser claras. Las razones de los segundos, sin embargo, pueden ser
difusas. En estos últimos incluiría Va
verdad (Vaso Roto, 2013), de Antonio Méndez Rubio (Fuente del Arco,
Badajoz, 1967).
Tal
vez, si hacemos caso a la contraportada, este sea el libro más personal y
depurado hasta la fecha de un autor que ha ido construyendo su universo poético
sin perder de vista esas dos cualidades. Una obra en la que no sobra nada. Que
es, ante todo, concisa y directa. Mínima, en el sentido más amplio del término.
Una obra, en suma, extremadamente personal. Esto, que puede parecer una
redundancia, no sucede siempre. Hay escritores más atentos a cuestiones
sociológicas, a emplear el poema como la demostración práctica de una teoría
más o menos discutible, y otros que edifican su voz lentamente, con las
palabras justas, más allá de premisas y aprioris inviolables. Aquí reside su
personalidad, en ser capaz de mantener su voz una vez que hayamos cerrado el
libro.
Habitamos
Va verdad por motivos, como dijimos,
difusos. Motivos que no tienen que ver con un aparente hermetismo. Es una
poesía accesible, en cuanto nos permite acceder al mundo a partir de no una,
sino muchas puertas abiertas. La complicación no reside en la forma, ni en el
contenido. Reside más bien en las posibilidades que nos plantea, en la
multiplicidad de caminos que se desarrollan a medida que lo leemos. Una
experiencia puesta al servicio del pensamiento, en la que todo lo vivido impone
una particular reflexión. De ahí que uno de los recursos más empleados, de
manera directa o indirecta, sea la interrogación. Va verdad cuestiona al lector para aproximarle a su lugar en el mundo.
Digo aproximarle y no situarle, porque si algo no impone este libro son
certezas, sino intuiciones. Nos localiza más cerca del azar que del destino. El
paisaje que aparece responde también a esa idea. No se trata de una geografía
rotunda, sino del indicio o la señal, siquiera oculta, de su existencia («no
hay aquí símbolos,/ sí sigilo», XXXVI). Un territorio entrevisto, borroso, no
delimitado. No es el mundo de alguien que pisa la tierra, es, más bien, la
huella que deja. Tampoco el de la mañana, sino el del rocío. Las brasas que aún
crepitan, más que el refugio que produjo el fuego. Nos sitúa en medio del
camino y nos deja quietos, empujándonos hacia delante, aunque no sepamos
exactamente hacia dónde. Es muy interesante, en ese sentido, la manera en la
que corta el verso, a veces de manera abrupta, como si dejara al lector también
suspendido. Frente a nosotros, un camino que no seguirá una línea recta. Méndez
Rubio nos hace avanzar hacia un progresivo abandono por el camino inverso o por
el hueco menos transitado: un espejo vuelto del revés, una flor que nace del
barro, una semilla encrespada por el humo. Su punto de partida es tratar de ver
lo que hay en el interior buscando fuera de él («Da dentro el viento de fuera»,
XXXIV). Llegamos así a un terreno que carece incluso de lenguaje, en el que
sólo basta la mirada y en el que no tenemos que nombrar todo aquello que nos
rodea. Una sabia ignorancia, en definitiva («Se puede/ vivir sin comprender
nada./ Se debe/ vivir sin comprender nada», XLIX). Su idea, como nos explica en
el poema XXIII, es dejar de saber «lo que aún no se sabe/decir». Así
permanecemos: desposeídos, exiliados, caminando a tientas, porque esa es la
única forma de alcanzar algo parecido a la verdad. El desconocimiento que nos
provoca es, pues, la garantía de que logremos observar por primera vez un
espacio ya transitado y mantengamos ante él la misma actitud de asombro.
Va verdad
dialoga con una segunda persona, a la que invoca con frecuencia. Para ello
recurre también a palabras ajenas, desde María Zambrano hasta Tarkovski o
Celan. Lo interesante es que esa voz prestada se incorpora al poema de manera
extremadamente natural, como si lo dicho por otro formara parte, desde el
inicio, de un discurso propio.
La
poesía de Méndez Rubio, diremos por último, concede todo el protagonismo al
lector. Tal vez confundamos con frecuencia la complejidad con la complicación
gratuita. Aquí sucede todo lo contrario: habitar sus libros significa adoptar
una forma ética y estética ante la vida. Ante sus innumerables posibilidades. Va verdad es un paso en este camino. Y
una manera de ampliar un poco más aquello que tenemos delante y que, por tantos
motivos, suele desaparecer sin que nadie lo note.
[Reseña publicada en la revista Clarín, núm. 109, Enero-Febrero de 2014]
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